Actualidad de rápida combustión

Actualidad política: bucle de olvido y decepción

Son las 7:34 de un día cualquiera. Arrastras el dedo durante unos segundos por la pantalla esperando lo de siempre. Un objetivo sencillo para el que no es necesario estar entrenado ni ser ningún sagaz depredador informativo, tampoco alguien completamente astuto a punto de detectar lo escondido. No habrá sorpresas ni vaho en el parabrisas. Lo que buscas, en este caso, necesita ser visto. Es lo previsible funcionando exactamente igual que siempre.

Lo viral inyectado a la vez en todos los ojos

La última polémica del día.

Los medios detectan con avidez el flamante ciclón. Los usuarios de las redes sociales, redirigidos por el subyacente embudo algorítmico o la tombolización de la actualidad nos hacemos eco y encharcamos copiosamente todo lo demás. El botón rojo de lo viral está siendo pulsado con insistencia rutinaria. Detrás vendrá imparable la activación en cascada y su contundente contingencia que abruma. Lo viral inyectado a la vez en todos los ojos. La lava ardiendo de la actualidad difuminándose y solidificando los bordes fríos de la atención dispersa mientras la enclaustra. El foco, los focos, todos los focos, rígidos, hacia un mismo punto. Ya no puedes salir de ahí, ignorar eso que está ardiendo grandilocuente y multiplicado delante de ti. Eso de lo que todos hablamos. Nos gusta ese vértigo, la conmoción sobreactuada, la golosina fascinante de conectar con el pulso del mundo, la ilusión –verdadera o ficticia– de estar completamente ahí. Seguir el rastro de la bola de nieve inflamándose mientras se precipita montaña abajo.

Tim Wu sostiene en Comerciantes de atención “la creciente sensación de que los medios de comunicación habían sobrecargado nuestra atención hasta un punto crítico”.

Cuesta muy poco observar cómo la onda expansiva del nuevo Big Bang de turno opera en ciclos progresivamente más cortos. Fragmentos de atención más empequeñecidos. La actualidad es más rápida de lo que podemos integrar. Sin tiempo apenas para enraizar nada que trascienda al ruido protagónico, incapaz de ser procesada desde nuestra atrofiada capacidad atencional. La última polémica del día arrasa lo inmediato y suele devenir en juguete roto deformado colectivamente hasta que pierde fuerza o aparece la siguiente, guiñapos efímeros, anomalías entretenidas solo para unas horas. Y lo previsible es que la sobreabundancia de lo mismo nos deje prácticamente igual. Biznaga cantaba “no existe la ficción o la realidad cuando es lo mismo”.

Trenes que pasan tan rápido que no consigues distinguir apenas su trayectoria.

Cuando al cabo de unas horas vuelves a intentar enterarte de algo, lo que te encuentras es ya lo deformado. Algo así como aquel juego de la infancia del teléfono escacharrado. Te sientes como si estuvieses incorporándote a una fiesta de disfraces en la que han ido intercambiándose las caretas. Casi todo el ruido sigue girando sobre el mismo eje, todos lo neones deletrean lo mismo y ya no sabes muy bien dónde está el origen, qué es cierto y qué forma parte de un meme o de cualquier otro accidente provocado desde la viralidad. Dudas si lo que prevalece es la confusión general o es solo la tuya. Lo real ya, indiscernible. Un nivel de deformación que solo puede alterar críticamente los significados. Dudas de las coordenadas de origen. La confusión general y el culto al zasca monopolizan aquello que estás tratando de entender y que está siendo zarandeado con tal rapidez que tratar de apresarlo es un zarpazo inútil al aire.

La actualidad obsolescente caduca antes de haber sido comprendida y de haber sido integrada en algún aparato de respuesta.

Ocurre a veces que ese cansancio enajenante de estar enganchados ahí, siempre ahí, plantea la conveniencia de un descanso. Una desconexión temporal de esa inercia hiperconectada automática con los altavoces mediáticos que mejor sonido reproducen. Dejar de atender durante un tiempo a lo último y al lenguaje hinchado del espectáculo, aunque, como compruebas a los pocos días, percibes que se te va poniendo cara de anacronismo lento autocomplaciente o la de alguien que dio un volantazo para desviarse en un momento incorrecto y poco propicio. Acabas cediendo.

Permanecer ajenos al sensacionalismo es una hazaña contraepocal. Otra vez será.

Indicaba Remedios Zafra en el libro colectivo En la era de la posverdad: “Curiosamente, en este tiempo cargado de pruebas, hechos e investigación, nuestra vida está más que nunca sometida a la apariencia y a la precariedad de lo desechable. Lo que nos llega casi siempre está enmarcado, expuesto a la duda y a la actualidad”.

Seguramente, una de las consecuencias directas de asistir constantemente a la última polémica del día consista en alguna forma de apatía paralizante, el aprendizaje disfuncional derivado de la impotencia repetida para intervenir verdaderamente sobre lo que nos preocupa. Si a esto le sumamos que la última polémica del día, clarifica, muchas de las veces, menos de lo que se lleva por delante el panorama es más sombrío. La actualidad obsolescente caduca antes de haber sido comprendida y de haber sido integrada en algún aparato de respuesta.

Anochece. Esa hora en la que el volumen del mundo empieza a descender paulatinamente. La última polémica del día es ya un zumbido de baja frecuencia. Un rumor no demasiado persistente que languidece para postrarse en una cama vacía. Otra huella reducida y desfigurada que mañana será historia. O ni eso.

*Artículo publicado en El Asombrario.