alicia kozameh manuscrito original
© Alicia Kozameh. Imagen del manuscrito original en el que escribió la novela

Alicia Kozameh: «No creo que nadie pueda volver al sitio de antes»

Alicia Kozameh (Rosario, Argentina, 1953), autora de 259 saltos, uno inmortal (Barbarie editora, 2022) tuvo que abandonar su país durante el opresivo dogal de la dictadura militar argentina. Actualmente reside en Los Ángeles.

259 saltos, uno inmortal, novela escrita en primera persona bajo las coordenadas del exilio con un lenguaje audaz y original, auscultando mediante saltos el aprendizaje de una joven argentina recién llegada a California. Saltos que nombran lo ‘indecible’ derivado de la comunicación obstaculizada del destierro, y que pugnan para que el olvido no tenga la última palabra. Un libro que faculta a la literatura como constructora de identidad o dique para evitar su disolución.

Con este primer libro de su catálogo, Barbarie editora da un contundente pistoletazo de salida, estreno de altura y, a su vez, nítida declaración de intenciones; existe muy buena literatura en las afueras, pero seguramente haya que arriesgarse a saltar bastante lejos de los trayectos concurridos. De manera que, por supuesto, habrá que seguirles la pista con mucha atención.

Tu novela 259 saltos, uno inmortal inaugura el catálogo de Barbarie editora, ¿qué sentiste al recibir la noticia de iniciar la andadura de esta editorial?

Alegría. Siempre da alegría el nacimiento de una editorial. También es buena noticia que uno de tus libros sea elegido por la editorial como primera publicación. Y, aunque 259 saltos tiene en español ediciones previas en otras tres editoriales (Narvaja, Alción, Ars Communis), más varias traducciones, la importancia de la de Barbarie es que se trata de la primera que está dirigida a los lectores españoles. Y también le hace bien al libro seguir su camino activamente. Todo positivo.

Por otra parte con Sonia López Baena, la directora de la editorial, se trabaja muy cómodamente. Es afable, inteligente y llena de energías. Eso se celebra.

¿Hubo una emoción detonante, alguna imagen concreta desde la que empezaste a pensar en la escritura de 259 saltos, uno inmortal?

Creo que lo que hubo fue una sensación de alivio que contrastó con las tensiones con que se vive un exilio. Ese fue el detonante. Habían pasado casi veinte años desde mi primera llegada a Los Ángeles como exiliada política, y de pronto lo que había sido exilio empezaba a sentirse como una cotidianidad que podía ser interrumpida para viajar al país de uno de visita, o para cualquier necesidad, sin tener que aguantar atropellos mayores, ya fuera al llegar al aeropuerto, en aduana, o durante la estadía. O sea: sin consecuencias graves. Esa nueva realidad de “posición de descanso” produjo un contraste con lo que se había vivido previamente. De pronto era posible decirse: ya no estoy exiliada. O: ya no estoy tan exiliada. Y en mi caso solo en esa situación, con la mente más o menos libre de ese peso, pude sentir la necesidad de escribir sobre la experiencia, porque ya no la estaba viviendo con tanta intensidad. Es similar a lo que nos pasa cuando estamos demasiado tensos, ocupados. No hay espacio para más ideas. Pero mientras estamos lavando los platos o tirados en un sillón tomando un té de pronto surge todo lo que había estado acumulándose.

Los que atravesamos estas experiencias no tenemos ningún interés en olvidar. No queremos que se olvide nada. Queremos que se sepa todo y se recuerde todo.

Fuiste prisionera política por tu compromiso ideológico desde 1975 a 1978 durante la dictadura militar argentina, a esa reclusión hay que añadir otro período de libertad vigilada. ¿Cómo de nuclear ha sido en tu obra esa experiencia carcelaria?

Ha sido sumamente importante. No habría sido natural, para alguien que escribe, obviar un tema de tanta relevancia cuando uno mismo ha vivido los detalles. Ya desde chica mi tendencia era a escribir sobre situaciones con implicancias sociales. Siempre apuntaba a conflictos de todo tipo, incluso en lo que fueron mis primeros intentos poéticos de la niñez. Así que la cárcel, por la densidad de lo vivido, por lo que la época representó y representa día a día para los que pasamos por estas situaciones, se convirtió en un tema inevitable. Por varias razones: una inicial sería la necesidad de expresar el dolor de lo vivido, el impacto de las pérdidas, la impotencia por la injusticia arrolladora por la que pasó el país. Otra razón es que es necesario conservar la memoria de lo ocurrido, siempre esperando que dejarlo escrito ayude a que no se repita esa parte de la historia. Otra razón -esencial en mi caso- era la de responder a la urgencia de convertir todo dolor en arte, como una manera de soportarlo. Por lo tanto, sí, ha sido fundamental.

Pero no escribo solamente sobre estos temas. También tiene mucha importancia para mí alternar la escritura de estos hechos con novelas, cuentos, poesía que dediquen sus páginas a otros conflictos, a otras situaciones que requieren mucha atención. Eso es crucial en mi trabajo de escritura.

Al final del libro escribes «¿Será que del exilio no hay retorno?¿Será que me he transformado en un especie de exilio ambulante?». ¿Es posible regresar fehacientemente al sitio de antes? ¿Se pueden burlar los recuerdos en la escritura?

No, no creo que nadie pueda volver al sitio de antes. No porque uno no pueda volver físicamente (yo volví y estuve cuatro años en Buenos Aires después de cuatro años fuera del país, y por amenazas tuve que volver a irme), sino porque el lugar que fue propio ya no existe como tal. Sobre todo cuando se trata de reinsertarse en un ámbito que fue arrasado por una democracia solo de palabra -porque los años previos a la dictadura que comenzó en marzo de 1976 fueron simplemente atroces, con bandas paramilitares como la Triple A asesinando a estudiantes, a profesionales, a obreros donde fuera que estuvieran- seguida de una dictadura que penetró y se enraizó en todos los rincones de la sociedad. De hecho el país era otro. Era verdaderamente un gigantesco campo de concentración. Y las consecuencias del horror de esos años todavía perduran. Entonces, no. No se vuelve al mismo lugar. Nunca.

Y tampoco me parece que la escritura ayude a burlar los recuerdos. Los recuerdos están vivos y laten intensamente día y noche. Más que nada por el hecho de que la gran mayoría de los que atravesamos estas experiencias no tenemos ningún interés en olvidar. No queremos que se olvide nada. Queremos que se sepa todo y se recuerde todo. El conocimiento y la memoria clara de lo ocurrido son indispensables para que la sociedad y cada individuo logren un equilibrio que, a medio siglo de los hechos, sigue ausente.

También, una vez que uno ha tenido que salir del país, aunque se vuelva, y se vuelva a salir, y nuevamente se regrese, sería imposible revertir todo lo sucedido. El exilio es ya parte de lo que constituye tu cuerpo, tu mente, tu vida. De estar exiliado de tu país, con un primer regreso pasás a estar exiliado del exilio. Todo está dentro de uno, siempre vivo.

Podría decir que patria es, para mí, cualquier espacio en el mundo en el que pueda sentarme a escribir, desarrollar una idea, crear un personaje, terminar una novela empezada, escribir un poema.

«El exilio puede obnubilar. Anestesiar. Adormilar. Estupidizar». ¿Podría el ‘exceso de memoria’ llegar a paralizar creativamente o distorsionar la representación de una idea?

Solo si las memorias corresponden a hechos tan brutales que llegan a destruirte emocionalmente. Todas las experiencias de este tipo dejan marcas, huellas profundas. Provocan cambios en uno y en los productos de la creatividad. Eso sin dudas. Y también, de hecho, pueden distorsionar la representación de las ideas. Y vivimos las mismas circunstancias desde la propia percepción, que no necesariamente es la misma para todos, al menos en los detalles. Pero si se tiene una tendencia muy clara a una actividad como la escritura, se sigue escribiendo y no se deja de escribir. Las circunstancias también cambian, y en algún momento aparece frente a uno un panorama más claro, en el que se logra discriminar, comprender, ver con ojos más tranquilos tanto lo vivido como lo escrito. Incluso aparecen ante los ojos del escritor las distorsiones, las confusiones, las distintas maneras de escaparse dentro del texto para no afrontar algunos recuerdos. Esa es la oportunidad de reescribir, de corregir. Es, en realidad, el maravilloso momento del trabajo literario.

Otro fenómeno más que interesante es la fragmentación en la escritura. Sucede que, con una multitud de recuerdos tan intensos que circulan por nuestro organismo constantemente, la mente está siempre siendo atravesada por imágenes que nos paralizan por segundos. Esa actividad mental domina las emociones (y las emociones también pasan a dominar) y la racionalidad. No es que uno deje de ser racional. Sí sucede que la mente se defiende poniendo distancia entre unas imágenes y otras para que sea posible sobrevivirlas.

Con respecto a la memoria, muchas veces para escribir sobre algo específico relacionado con la cárcel yo consulto a mis compañeras expresas para saber cómo ellas recuerdan un hecho que yo recuerdo a mi manera. Siempre surgen los “no, eso pasó después”, o “no, estás equivocada, vos dormías en la cama de atrás”, etc. Lo tomamos con mucho humor, por supuesto. Y realmente nos divertimos cuando nos reunimos y discutimos por esta razón. Todas nos consultamos por una necesidad u otra, y siempre obtenemos diversas versiones. Lo que desde ya no cambia es lo esencial, que es lo que importa, incluso para los textos de ficción.

Decía Piglia que un mapa es una síntesis de la realidad, un espejo que nos guía en la confusión de la vida. Y la literatura, ¿sirve para aclarar la confusión vital? ¿y como lugar de descanso?

Si como literatura entendemos escritura, en mi experiencia personal no sirve como lugar de descanso. La escritura me resulta un lugar de tensión. De mucha tensión. Sí es posible que me ayude clarificar diversos aspectos de la vida, ya que escribo, entre otras razones, para atravesar circunstancias, para entenderlas, para aprender a enfrentarlas. Y si hablamos de la lectura, ninguna de las dos. Leo cosas que me tensan, que requieren pensamiento.

cubierta 259 saltos, uno inmortal
Cubierta

259 saltos, uno inmortal puede leerse como un artefacto contra el olvido, un contrapeso a lo que no pudo decirse por el miedo, o la arbitrariedad del estado. ¿Cuál fue el posicionamiento, comportamiento mayoritario, en el ámbito de las letras argentinas durante esa dictadura militar? ¿Qué circunstancias crees que determinaron más decisivamente la actitud de esos ‘intelectuales’?

Es un poco difícil para mí ser clara sobre esto porque durante la dictadura estuve presa y, aunque también salí durante la dictadura, tuve que irme al exilio. Y durante el año que estuve en Argentina con libertad vigilada había mucho silencio en términos de declaraciones públicas a las que yo haya podido prestar atención o incluso tener acceso. Pero hubo intelectuales sumamente respetables, entrañables, que fueron asesinados, hubo escritores excelentes, como Borges y Sábato, que apoyaron la dictadura en forma explícita aceptando un almuerzo con Videla, el presidente de facto, a solo un par de meses de haberse producido el golpe de Estado, y que luego aparecieron por televisión haciendo comentarios muy positivos sobre el dictador. Aunque con el tiempo, cuatro o más años después, empezaron a cambiar de idea. Y muchos de los intelectuales que se oponían a la dictadura tuvieron que exiliarse o fueron asesinados o silenciados. La represión avasalló en todos los ámbitos.

De estar exiliado de tu país, con un primer regreso pasás a estar exiliado del exilio. Todo está dentro de uno, siempre vivo.

Mencionaba Juan Gelman que el exilio produce una profunda sensación de desamparo, de vivir a la intemperie. ¿Hasta qué punto puede ser así? ¿Has sufrido en algún momento algo parecido a una crisis de identidad?

Es muy probable que lo que decía Juan haya sido cierto, pero diferente para cada exiliado. Los que no estuvieron en la cárcel, como él, salieron al exilio antes que los que sí estuvimos. Eso puede ser un factor para sentir lo que él expresaba. Sobre todo porque tenía el tremendo vacío del asesinato de su hijo, y también del de su nuera, que además había sido secuestrada estando embarazada. Y Juan buscaba desesperadamente a su nieta. Una realidad terrible, oscura, sobre todo por la imposibilidad de volver al país. Para los que habían pasado previamente por la cárcel el exilio era el escenario que les había permitido salvar la vida. Nada agradable, por supuesto, pero diferente.

Sobre el tema identidad, no. No sufrí una crisis de identidad ni nada parecido. Tengo bastante claro que yo iba a cualquier lugar fuertemente aferrada al brazo de la escritura. Y cuando la realidad no me permitía escribir, iba aferrada a la gran necesidad de hacerlo. Siempre supe lo que necesitaba llevar a cabo, y tenía la convicción de que me resultaría factible en cualquier lugar al que la vida me llevara. Eso me hacía sentir fuerte y sólida. Por supuesto que hubo momentos de confusión, episodios muy duros, situaciones muy complejas y de muy difícil resolución, pero nada que yo haya identificado nunca como algo cercano a una crisis de identidad.

Alicia Kozameh
Alicia Kozameh (imagen cedida por la autora)

En El concepto de ficción el escritor argentino Juan José Saer mencionaba que «no se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la ‘verdad’, sino justamente para poner en evidencia el carácter complejo de la situación, carácter complejo del que el tratamiento limitado a lo verificable implica una reducción abusiva y un empobrecimiento». ¿Confías en la literatura de ficción como elemento válido de intervención sobre la objetividad histórica?

Exactamente, y me refiero al pensamiento de Saer. La ficcionalización enriquece la historia y le da vida. Y sí, confío en que la ficción puede resultar válida para completar lo que la “objetividad” quita. Y uso comillas, aquí, porque no creo que exista ninguna verdaderamente completa forma de objetividad. En ningún ámbito. Es posible, por supuesto, intentar ser objetivo. Uno puede pasar la vida tratando de serlo.

En realidad creo que la memoria puede ser mucho mejor sostenida por textos de ficción muy bien escritos, en los que la calidad del trabajo ayude a su permanencia por el mayor tiempo posible. Quiero decir que, como obra de arte, ese trabajo debiera ser capaz de proyectar hacia el futuro síntesis y profundizaciones de hechos que no deben ser olvidados. Siempre el arte, si estamos hablando de arte de alta calidad, perdura más allá de lo que se escribe como testimonio directo. Con el agregado de gran importancia de que muchas más personas tienen acceso, en términos generales, a una novela que a un trabajo puramente testimonial (con todo lo fundamental que es y el gran respeto que me merece el testimonio, que cumple una función ineludible en el ejercicio de la justicia).

Muchos de los intelectuales que se oponían a la dictadura tuvieron que exiliarse o fueron asesinados o silenciados. La represión avasalló en todos los ámbitos.

El pasado reciente está permanentemente bajo la amenaza de ser barrido por la indiferencia, ¿en qué punto percibes el interés de las nuevas generaciones por la literatura argentina del exilio? ¿y en los medios de comunicación?

Creo que a esta altura de las cosas depende más de los profesores de escuelas secundarias y sobre todo de universidades que enseñen o no ciertos temas, y de las lecturas que incluyan en sus programas. Yo enseño creación literaria en el Departamento de Inglés de una universidad de California. Los alumnos subgraduados que tengo ya son o quieren llegar a ser escritores. Y los de los semestres más actuales no conocían prácticamente nada de literatura latinoamericana, y mucho menos en relación con el exilio. Los graduados, sí. Pero solamente porque lo habían aprendido durante sus años como subgraduados. Diez años atrás eran muchos más, incluyendo subgraduados, los que tenían esos conocimientos. Había muchos más hijos o familiares de sudamericanos exiliados, en mis clases. Ahora han pasado muchos años de las dictaduras y hay que mantener esos conocimientos con mayor esfuerzo. Se interesan mucho, pero hay que explicar mucho más que antes. Ese cambio es muy visible en el mundo entero.

Escribes «Aquí, donde nací, donde fui quien soy, de donde me fui y a donde he vuelto, no estoy». El escritor sueco de origen griego Theodor Kallifatides, ahonda en algunos de sus libros en cuestiones como la memoria, el lenguaje, el destierro o la emigración, en un fragmento de Madres e hijos comenta: «Mi madre es mi patria. Cuando la pierda, perderé mi patria». ¿Qué es para ti la patria? ¿Será definitiva esa valoración actual, cambiará con los años?

Casi seguramente esto suene anacrónico, pero es la forma en que se presenta la realidad cuando avanzan las generaciones que van produciendo cambios. A la palabra “patria” la relaciono con la escuela primaria, en que ese concepto tradicional era presentado en clase por las maestras. Y se cantaban canciones patrias que incluían la idea. Pocos años después lo que rigió en gran parte de mi generación fue el concepto de internacionalismo. La idea de patria había quedado encerrada en un círculo estrecho, porque se tenía claridad sobre que las luchas por la justicia no debían ser circunscriptas a un país. Parecía muy mezquino hablar de la propia patria. Yo crecí en esa convicción. Por lo tanto podría decir que patria es, para mí, cualquier espacio en el mundo en el que pueda sentarme a escribir, desarrollar una idea, crear un personaje, terminar una novela empezada, escribir un poema. Y siento que esa percepción responde a lo que ha sido la realidad a lo largo de mi vida.

Tengo bastante claro que yo iba a cualquier lugar fuertemente aferrada al brazo de la escritura. Y cuando la realidad no me permitía escribir, iba aferrada a la gran necesidad de hacerlo.

¿Qué lecturas enriquecieron tu propia experiencia del exilio? ¿Cuáles son tus autores, autoras, de referencia? ¿Por qué?

Salí de Argentina al exilio en 1980 con algunos libros en la valija que había empezado a leer en la universidad, antes de la cárcel: el Quijote, obras completas de Shakespeare, el Ulises (Joyce), Molloy (Beckett), obras completas de Nietzsche, Historia Social de la Literatura y el Arte (Hauser), El sonido y la furia (Faulkner), y unos cuantos más. Había casi terminado de leer Nietzsche entre los catorce y los dieciocho años, pero obviamente no era suficiente. Tenía que volver a empezar. Ni hablar de Ulises, que sigo leyendo y volviendo a leer. Después agregué a muchos latinoamericanos, que ya había leído mientras estudiaba. Y muchas autoras mujeres, como Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik, Toni Morrison, Sylvia Plath, Rosario Castellanos, entre muchas otras. En este momento tengo una cantidad grande de libros que cubren las paredes de mi departamento, y sin embargo en los últimos años he leído todo lo que fui encontrando sobre neurociencias. Pero estos libros y autores que menciono aquí me han nutrido todo el exilio y toda la vida. Grandes autores, poetas, pensadores, clásicos, que es lo que más me atrae, junto con la complejidad en la lectura, los mayores desafíos.

¿Qué puedes contarnos de tus próximos proyectos literarios?

En septiembre o antes va a salir en Argentina una colección de cuentos que continúa a otra que se publicó hace bastantes años y se llama Ofrenda de propia piel. La nueva es Ofrenda de propia piel 2. Los encierros diversos, muchos carcelarios, y el concepto de “pasado” son los temas fundamentales.

Sobre próximos proyectos puedo decirte poco. Solo que estoy escribiendo una novela que será larga, y espero tener por delante suficiente tiempo de vida como para llegar al final. Lo digo casi en broma, pero no es una broma. Y también, para alternar, estoy trabajando en una serie de poemas que pienso convertir en colección en algún momento. A su ritmo, sin apuro.

manuscrito Alicia Kozameh
© Alicia Kozameh. Imagen del manuscrito original, en el que escribió la novela

*Lázaro Santano, lector editorial, psicólogo y psicoterapeuta.