Ruido y eco, de Ricardo Álamo

* Extracto del libro Ruido y eco, de Ricardo Álamo (Newcastle Ediciones, 2022)

Ser capaz de insultar sin proferir un solo insulto, y aún más, sin que el insultado se sienta aludido, en literatura es una proeza literaria solo al alcance de muy pocos. Digo esto a propósito del artículo que un amigo escritor me envía. Artículo en el que el periodista, novelista y DJ Kiko Amat pone de chupa de dómine a Camilo José Cela, llamándolo —entre otras lindezas— “imbécil”, “rastrero”, “pomposo”, “patán de la papada”, “el Dr. Manhattan del cretinismo matón”, “esbirro del poder”, “plumilla”, “hortera”, “grosero”, “envidioso”, “machista”, “homófobo”, “paleto”, “copión”, “asqueroso plagiarista”, “cardenal cetáceo”, “energúmeno”, “mamador de Mammón”. Obviamente Cela ya no puede sentirse aludido, ni tampoco Umbral, a quien también pone a caldo tildándolo de lameculo y apéndice celaesco (¡oh! cómo delata su inquina ese sufijo). Muertos los dos, solo el anciano Raúl del Pozo (el apadrinado de Cela, según KA) podría darse por aludido, y contraatacar. Pero si no lo ha hecho ya, que no lo sé ni me importa, no me extrañaría que se debiera a que entiende que una de las ventajas propias de la vejez es no calentarse mucho la cabeza con los procaces envites y exabruptos de cualquier boceras.




Abro al azar La vida lenta, de Josep Pla, y leo: «Me levanto a las seis de la tarde. Ha llovido y llueve intermitentemente. Día húmedo. Como un plato de niu riquísimo, que ha hecho Rosa. Inolvidable. Trabajo en el capítulo del Liceo para Barcelona. Después de cenar vamos a Palafrugell y nos encontramos a la viuda Duran con sus hijos en Can Miquel. Proyecto de ir a Cannes a ver a Picasso. Ya veremos. Llueve toda la noche con cierta abundancia». Literariamente hablando, el libro es todo así y no vale nada. Como dice el subtítulo de la edición que Xavier Pla ha hecho para la editorial Destino, son Notas para tres diarios (1956, 1957 y 1964), que se publicaron póstumamente a partir del hallazgo de tres agendas del escritor correspondientes a esos mismos tres años y que sus herederos cedieron para su publicación. De más está decir que Pla nunca los habría dado a la luz, entre otras cosas porque en esas notas privadas menudean, aparte de sus casi diarios vaivenes con el alcohol, algunas lacónicas alusiones a sus mortificantes estados eróticos (dicho a la pata la llana: a sus calentones sexuales) que las más de las veces debieron acabar con un rápido movimiento de manos en su cama. Con todo, a mí lo que me llama la atención no es eso —ni tampoco la cuestión de si se deben publicar textos de un escritor después de muerto—, sino el muy llamativo hecho de vida disipada y de hombre mundano que llevaba Pla, quien día tras día durante varios años no hizo apenas otra cosa que ir de un lado a otro, comer, beber, dormir (mucho en los tres casos), leer a salto de mata (en la cama) y escribir (también en la cama): «Día entre soleado y caluroso. Tiempo primaveral. El presidente de la Diputación de Barcelona me trae Cataluña al Dr. Marañón. In memoriam, donde hay un escrito mío. Por la tarde escribo un rato. Voy a Palafrugell a pie. Antes de irme aparece el hijo de Enric Sagrera, que vive en Wiesbaden y me trae un coñac Hors d’Age de parte de Torras de Vilafranca. Me lleva en auto. Voy al estanco. Vuelvo a pie. A las ocho en la cama. Leo. Escribo». Sabiendo esto no me extraña que un autor tan prolífico como él (sus obras completas se componen de 47 tomos) acarreara materiales de unos libros a otros, o fusilara inmisericordemente a algunos escritores (su admirado De Sanctis, entre otros), dando fe con ello de que el plagio y el autoplagio son recursos nada desdeñables como formas expresivas de las bellas artes. Lo que sí me extraña, por el contrario, es que yo, durante los meses del confinamiento, cuando tenía prácticamente las veinticuatro horas del día para mí solo, no fuese capaz de hacer la mitad de la mitad de la mitad de lo que Pla hizo en sus años disipados y volanderos. Y, para más inri, sin salir yo de casa ni tener cenas y conversaciones excesivas. ¡Qué buen escritor de la vida era Pla! Y qué buen vividor en la malísima época que le tocó vivir.


Diseño de cubierta Cristina Morano


Hay que estar muy pagado de uno mismo para anotar en un Diario que siempre nos queda la escritura como refugio (Ignacio Carrión). Como si lo que uno escribiera de uno mismo fuese lo más importante que se puede escribir. No. Yo prefiero pensar que, como refugio o como huida, siempre nos queda la lectura, aunque sea la lectura de quien escribe que siempre nos queda la escritura como refugio. El diarista, el escritor no ha de vender lo que hace. Ni siquiera, o menos si cabe, cuando escribe para sí mismo. Hacerlo es propio de tonticuelos y vanidosos. La medida de lo que se escribe, si es importante o no, que la den los demás, los lectores, si es que uno llega a tenerlos.


Irónico, agudo, no observador, mordaz e ingenioso a
un tiempo, siempre elegante…, y original y personalísimo

José Luis Melero


RICARDO ÁLAMO (Sanlúcar de Barrameda, 1965). Licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Ha sido colaborador del suplemento «Culturas» del Diario de Cádiz y del Diario de Sevilla. Ha cultivado el relato, el microrrelato, el dietario, la poesía y el ensayo en libros como Imaginarium, Estaciones de paso, Cuentos negros, Escritores al desnudo. Cuestionarios Proust y Bolaño, Vidas y muertes imaginarias, Mínimo esfuerzo, Plagiarios&Cía y fue coordinador-editor del libro La figura escurridiza. A propósito de Juan Bonilla. También ha publicado Mil aforismos sobre el amor y otras pasiones así como el libro misceláneo En el nombre del nombre. Desde siempre vive de, por y para la lectura. Frente al ruido y su eco, ama el silencio.