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Regiones imaginarias: en busca de los lugares míticos de la literatura

Ediciones Menguantes publica Regiones Imaginarias, una apasionante expedición por algunas de las regiones literarias más emblemáticas. Textos, mapas, y fotografías de la mano de un grupo de avezados exploradores de geografías ficticias. Lugares míticos fuera de los mapas ‘reales’ que, sin embargo, permanecen imborrables tras el elocuente impacto de la letra impresa.

A continuación, un fragmento del prólogo escrito por Luis Fernández Zaurín y Bernardo Gutiérrez:

Abdulrazak Gurnah recrea la ciudad imaginaria de Kawa en Paraíso como «una estación de correos erigida por los alemanes a lo largo de la línea de ferrocarril de Tanganica» en algún lugar del interior de Tanzania. En la novela del escritor africano y Nobel de Literatura, Kawa se convirtió en una ciudad próspera. Pero el esplendor fue flor de un día: «los trenes solo se detenían para recoger madera y agua». Destino y origen de las grandes caravanas comerciales que recorrían África Oriental a principios del siglo xx, Kawa está delimitada por accidentes geográficos reconocibles: unos fabulosos lagos al oeste, las tierras altas de Usambara al norte y la sabana arrasada por la guerra al sur. En Kawa las civilizaciones islámicas, indias y europeas se mezclan con un mundo vertebrado por la lengua swahili. Kawa es la metáfora de un universo intercultural, multilingüe y multirreligioso. Es un mundo propio profundamente coherente. Y, lo más interesante de todo: Kawa es inexistente.

¿Por qué un lugar ficticio resulta tan eficaz a la hora de describir un momento preciso de Tanzania? Siendo una región inexistente, ¿por qué conserva rasgos culturales de determinado territorio? ¿Por qué resulta tan verídico el retrato de un lugar desde el prisma de la fantasía? No creemos que existan respuestas categóricas para estas preguntas. Sin embargo, intuimos que algunas respuestas —laterales, transversales, incompletas— están desperdigadas por este libro titulado Regiones imaginarias. Creemos, a su vez, que los motivos de Abdulrazak Gurnah para cincelar una ciudad imaginaria probablemente no
son muy diferentes de los que impulsaron a escritores como Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Juan Benet o William Faulkner, por citar solo algunos, a crear sus propios territorios ficticios.

El proyecto Regiones imaginarias surge de las incansables conversaciones recurrentes que manteníamos acerca de aquellas regiones imaginarias que se dejaban entrever en las páginas de ciertos libros que nos habían transportado a lugares tan vívidos como transparentes. Las preguntas que nos hacíamos desembocaban siempre en nuevos interrogantes: ¿hasta qué punto puede la ficción modificar, alterar o influir en la realidad? ¿En qué medida puede una geografía concreta ser la base real de un mundo fantástico? ¿Qué base cultural real subyace en las regiones imaginarias de la literatura?


Elaboramos listas de regiones; agregamos algunas de autores menos conocidos, descartamos otras. El proyecto, como si de una nueva región se tratara, se iba configurando. El diccionario de lugares imaginarios, de Alberto Manguel, fue una pequeña brújula inicial que nos ayudó a definir las márgenes del proyecto: mientras que los mundos recogidos por Manguel estaban despegados de la realidad, las regiones que más nos fascinaban a nosotros tenían, de alguna manera, un ancla en zonas concretas del planeta. Por poner un ejemplo: Mordor, de El señor de los anillos, no nos servía; Región, presente en muchas obras de Juan Benet, sí. Este criterio, junto con el de intentar reunir geografías de culturas diversas, fue clave a la hora de seleccionar las regiones imaginarias para el proyecto. Comenzó entonces el juego: intentamos ubicarlas en la realidad. Macondo, epicentro de la obra de Gabriel García Márquez, tiene clarísimas resonancias caribeñas; Comala, como dejó escrito Juan Rulfo en Los murmullos, antecedente de Pedro Páramo, está inspirada en Tuxcacuesco, un pequeño pueblo del llano, al sur de Jalisco; Santa María, de Juan Carlos Onetti, es un espejo de ciertas áreas de Montevideo y el Río de la Plata; en Vigata, de Andrea Camilleri, se degustan los mismos platos que en Sicilia, por lo que resulta fácil deducir su ubicación; Región, creada por Juan Benet, está supuestamente situada en las inmediaciones del río Porma, al norte de la provincia de León, aunque no falte quien la adscriba al Bierzo; Yoknapatawpha, de William Faulkner, es reconocible en diversos rincones del Misisipi estadounidense, y en el condado de Lafayette en particular.

Al listado de las regiones imprescindibles se fueron añadiendo otras menos conocidas, pero no por ello menos interesantes: la ciudad de Malgudi, de R. K. Narayan, metáfora de los antiguos estados de Madrás y Mysore en el sur de la India, e inspirada especialmente en la ciudad de Mysore; la aldea de Umuofia, creada por Chinua Achebe, localizable al noroeste de Nigeria, donde predomina la etnia igbo; Babàkua, de la enigmática cubano-portuguesa María Lima Mendes, posiblemente en un fantasmagórico Mozambique colonial; las Ciudades de Sal y Hudayb, su emirato imaginario, del novelista Abderrahmán Munif, reflejo fiel de cualquier estado del golfo Pérsico sometido a las contradicciones del negocio petrolífero.

Con el horizonte más o menos despejado, comenzamos a plantearnos nuevas cuestiones: ¿y si, junto a otros periodistas, escritores y fotógrafos, nos lanzamos a buscar sobre el terreno algunas de las regiones imaginarias más emblemáticas de la literatura? Ir al encuentro de esos mundos literarios nos abría la posibilidad de vivir, de alguna manera, dentro de todas esas historias que nos habían hecho viajar con la imaginación a lugares tan auténticos. Y, todo sea dicho, además de ilusión, nos producía mucho respeto. Poco a poco, llevadas en parte por nuestro entusiasmo, nos ganamos la complicidad de varias personas que se sumaron al proyecto cuyo nombre desde un primer momento resonaba en nuestras cabezas: Regiones imaginarias.