Currículum libro Azahara Palomeque

Azahara Palomeque: «Si sólo leyésemos a autores ideológicamente afines nos condenaríamos al empobrecimiento intelectual»

Azahara Palomeque es escritora, columnista y doctora en Estudios Culturales por la Universidad de Princeton.  

Ha publicado American Poems (Isla de Siltolá, 2015), En la ceniza blanca de las encías (Isla de Siltolá, 2017), RIP Rest in Plastic (RiL Editores, 2019), Año 9. Crónicas catastróficas en la Era Trump (RiL Editores, 2020).

Currículum (Ril Editores, 2022), con prólogo de Remedios Zafra, es su último libro, un poemario abierto en canal en torno a la precariedad laboral, la meritocracia y algunos de los síntomas habituales de los malestares del presente.

«He recuperado la sangre: señal de que empieza la guerra».

Has regresado a España después de 13 años en Estados Unidos, ¿qué te gustaría no haber aprendido allí?

Me gustaría no haber aprendido que es posible alcanzar cotas altísimas de deshumanización y degradación en un país tan rico que se autodenomina democracia. Estoy pensando en la población adicta a los opiáceos, por ejemplo. Jamás me imaginé que era posible encontrar personas en tal grado de desamparo y decadencia física.

¿Qué te ha enseñado literariamente? ¿Qué bagaje lector te traes?

Durante el máster me especialicé en literatura brasileña, que es absolutamente fascinante. Ahí profundicé, por ejemplo, en la obra de Clarice Lispector, una de mis escritoras favoritas. El doctorado me dio la oportunidad de leer mucha filosofía, historia, teoría política… y de escribir una tesis sobre la literatura del exilio republicano. Además, estando allí también he podido familiarizarme con la obra de autores norteamericanos. James Baldwin y Susan Sontag son dos a los que admiro.

Me gustaría no haber aprendido que es posible alcanzar cotas altísimas de deshumanización y degradación en un país tan rico que se autodenomina democracia.

En Currículum, tu último libro, ahondas de manera poética y cruda en algunas formas en las que el impacto del inestable mercado laboral nos condiciona, ¿cómo fue su proceso de escritura? ¿qué querías mostrar?

Ese libro lo escribí cuando estaba terminando la tesis doctoral y, al mismo tiempo, buscando trabajo. Me pasé un año y medio mandando currículums -con su correspondiente carta de presentación, etc.- antes de poder firmar un contrato. Fue una época horrible porque, al margen de quedarme en el paro durante varios meses, me mataba el fingimiento de todo el proceso: el tener que “venderme” como si fuera un detergente, con un vocabulario prefabricado, las reuniones tan falsas de networking, la asunción de una identidad corporativa… Así que decidí escribir en forma de poema todo lo que no podía contar durante las entrevistas, ni cuando por fin conseguí trabajar y me dije: ¿tanto para esto? Por el día mandaba CVs, y por la noche escribía el Currículum verdadero, que es un ensayo lírico sobre la meritocracia y la cultura laboral. Era una forma de destejer el tapiz, como Penélope, para no convertirme en una herramienta más de la cadena de explotación neoliberal.

Cubierta

Remedios Zafra argumenta en el prólogo de Currículum que «Aunque el interés de Currículum no radica solo en la intensidad de los poemas y el conflicto punzante que en ellos inflama; radica, además, en que permite entender a muchos que se fueron o que quisieran irse en busca de algo tan excesivo como “un trabajo digno”». Escribes «éramos muertos / viajábamos como soldados volubles / la boca llena de soga». Aparte del valor literario, otro de los méritos de Currículum podría ser su valor como testimonio directo de algunos problemas y malestares actuales. ¿Ves en la poesía una herramienta explicativa de la realidad socioeconómica de un país? ¿Qué ejemplos te vienen a la cabeza?

Yo concibo la poesía como una manera de abrirnos las tripas y ver qué hay dentro: dónde se sitúa el dolor, las tensiones más profundas, el miedo y sus bifurcaciones. Pero resulta que, cuando esas vísceras están expuestas, también se hace visible la política, o la biopolítica, como decía Foucault. En Currículum hay poemas muy intimistas que, sin embargo, están anclados en una problemática social. Otros lo han hecho antes: pienso, por ejemplo, en Gamoneda, cómo descuartiza la posguerra en su obra, que muchos quizá no consideren poesía social, pero es imposible desligarla de la historia. El lirismo de Lorca en Poeta en Nueva York se ha tachado de delirio surrealista, pero también se puede leer como una crítica feroz a la modernidad. Algo parecido se puede decir de César Vallejo: es poderosísima esa intensidad del lenguaje, abrazando la vanguardia, pero no renuncia a la denuncia social.

El escritor británico Owen Jones mencionaba en una entrevista que se había impuesto la idea de que para producir cultura el talento es más importante que tus condicionantes materiales. «Sobrevivo / soy obrera con aspiraciones / ¿se helará la culpa en una de mis falanges? / yo querría no maldecir así / el protagonismo inerme de mi retrato». ¿Currículum está escrito con un deliberado orgullo de clase, o, desde una ‘inevitable’ conciencia de clase? ¿Es la escritura —en determinadas circunstancias— un camino, solo de ida, a la autoexplotación?

Currículum está escrito con rabia de clase, no sé si con orgullo. Está escrito desde la constatación de que montones de páginas de “méritos” sin los contactos apropiados, siendo migrante y racializada hasta en el nombre (que es árabe), sólo servían para alimentar frustraciones y llenar el cubo de la basura. Por eso la primera página es un currículum tachado. Fue un momento realmente epifánico, de cambio de valores. Pero también hay ironía, hasta pasajes en los que se respira cierto humor. Y hay, claro, una conciencia de esos condicionantes materiales de la escritura, que afectan asimismo a la salud mental y capacidad de lidiar con las adversidades. Sin embargo, no considero que la escritura misma sea autoexplotación, porque yo no vivía de eso; al contrario, me servía para desmitificar la meritocracia, para no cargarme de culpa por no alcanzar las metas que me había propuesto. En ese sentido, fue una salvación la poesía.

Yo concibo la poesía como una manera de abrirnos las tripas y ver qué hay dentro

Muchos trabajadores del ámbito cultural son autónomos en situaciones de precariedad cronificada. En conversaciones privadas, es habitual la alusión directa a que algunos de los motivos nucleares de esa permanente vulnerabilidad son las condiciones abusivas que recaen en España sobre dicho colectivo; esa cuota mensual recibida como una desestabilizadora bola de demolición. Sin embargo, no se termina de levantar la voz. En base a esto, ¿está luchando realmente el ‘precariado’ cultural por salir de ahí? ¿No habría que entonar, en cierto sentido, un mea culpa general por esa inacción tan larga, tan dócil y tan cómoda?

Hay que hacer mucho más ruido, construir caminos con esa rabia y reivindicar la igualdad de oportunidades en todos los ámbitos, pero con más ahínco si cabe en el sector cultural, porque ese sector es el que construye imaginarios: la literatura, el cine, las series, el teatro, hasta el periodismo. Todos son sectores muy precarizados, como cuenta Remedios Zafra en El Entusiasmo. Son sectores, también, imprescindibles para activar cosmovisiones alternativas y para interrogar los pilares de la hegemonía. Ocurre que, si sólo los ricos, los que vienen de familia acaudalada, pueden dedicarse a la cultura, no habrá apenas cuestionamiento del sistema sino un reforzamiento de sus pilares. Desde luego, hay que romper con esa inacción, y creo que algo se mueve: existe el grupo “Lucha Autónoma”, se acaban de aprobar nuevos tramos de la cuota… Aunque sigue siendo insuficiente.

¿Suelen coincidir tus gustos literarios con tu posicionamiento ideológico? 

No necesariamente. Además, creo que si sólo leyésemos a autores ideológicamente afines nos condenaríamos al empobrecimiento intelectual, entre otras cosas porque la literatura, al menos la que ha trascendido, casi siempre la ha escrito gente pudiente. Por otra parte, es muy difícil etiquetar o ponerle barreras ideológicas a algo tan inconmensurable como la creación de universos ficcionales. ¿No me puedo identificar con los autores de vanguardia porque, como dicen algunos, son ‘elitistas’? Pues a mí me parece maravilloso que se tensione el lenguaje, se destroce y se hagan malabares con él; es una forma de liberación, aunque venga de, por ejemplo, un aristócrata como Proust. La misma Lispector, casada con un diplomático, no tuvo problemas económicos, ¿quiere eso decir que su lirismo, su extranjería, su atención a la condición de la mujer deban ser descartados? Y, ¿qué hacemos con María Teresa León? Su Memoria de la melancolía es espectacular en la forma; su compromiso con la causa republicana, desde el comunismo, fue loable; pero, a ver, no podía ser más burguesa: alguien con criada en casa, que viajaba a Cuba vestida con un abrigo de piel. Ahondar en esas contradicciones, considerar a cada autor en su momento histórico y, sobre todo, disfrutar –no olvidar que el arte es un placer– es más importante que estereotipar.

Hay que hacer mucho más ruido, construir caminos con esa rabia y reivindicar la igualdad de oportunidades en todos los ámbitos, pero con más ahínco si cabe en el sector cultural, porque ese sector es el que construye imaginarios

Albert LLadó hace en La mirada lúcida un recorrido por las cuatro premisas que Albert Camus consideraba imprescindibles para el ejercicio de un periodismo libre: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación. Como bien plantea el autor «Nos prometieron una sociedad del conocimiento y nos hemos quedado embarrados en una sociedad de la información. La cifra y el algoritmo han monopolizado el rol que el periodista había ejercido hasta ahora». Entonces, si el periodismo acabase sometido al poder algorítmico, ¿qué ‘sustituiría’ al periodismo?

El periodismo no se puede sustituir. De hecho, frente a la cada vez más precarización del oficio, siempre prevalece quien se empeña en hacer las cosas bien, irse a zonas de guerra aunque no cuente con un equipo numeroso ni un medio millonario que le respalde, por pura ética y pasión. Estoy pensando en una persona tan lúcida como Patricia Simón. Sí que es cierto que la información ahora se transmite por otros canales y que el algoritmo tiende a homogeneizar el pensamiento en cuanto que agrupa aquello que las fórmulas le indican que queremos leer. Por desgracia, no hay manera de librarse de él; lo que sí podemos hacer es continuar en perpetua formación, alimentar una conciencia crítica que nos permita distinguir el contenido de calidad de la basura, apoyar a medios independientes…

¿Se ‘piensa libremente’ en el periodismo actual? ¿Está ese pensamiento bajo el influjo del cálculo estratégico?

Creo que “pensar libremente” es una quimera. Los artistas antes tenían que rendir cuenta a los caprichos de sus mecenas. Siempre ha existido cierta subordinación, que en el periodismo se traduce en seguir la línea editorial del medio, etc. Pero, obviamente, la situación ha empeorado, porque ahora se trabaja sin contrato, es decir, sin derechos, y ahí la autocensura se puede convertir muchas veces en una forma de asegurarte las lentejas. Por otra parte, los grandes medios deben responder a las demandas de sus accionistas, y eso determina el contenido, hasta en la pluma de quien trabaja en las mejores condiciones. Y luego están las redes: a los periodistas se nos exige una visibilidad y una producción de ideas constantes vertidas en Twitter, Twitch, etc. Ese trabajo lo hacemos gratis, pero no podemos dejar de hacerlo, y ahí el “cálculo estratégico” viene parcialmente marcado por los likes y RT, que te premian o penalizan según qué contenido pongas.

Creo que ‘pensar libremente’ es una quimera.

En tus artículos muestras —y es digno de agradecer— un compromiso coherente y de largo recorrido con los asuntos climáticos y la perjudicial dependencia de los combustibles fósiles. Estando como estamos, dentro de un desfiladero de crisis múltiples de difícil escapatoria, ¿cuál crees que será la reacción general de la sociedad cuando, debido a la escasez, empiecen a producirse cambios drásticos en nuestras formas de vida? ¿Crees, como Rebecca Solnit, que la conducta general será de cooperación, o se impondrá el caos y el sálvese quien pueda?

Depende del contexto en que se produzca esa escasez. Solnit fue muy optimista; no dudo que esas redes de solidaridad se produjeran, pero en Estados Unidos, una sociedad con más armas que personas, generalmente individualista, con un racismo tan arraigado y sin estado del bienestar, las situaciones de necesidad suelen terminar en violencia. Siempre pongo el ejemplo de un amigo que, siendo niño, vio cómo a su padre lo apuntaban con una pistola por echar gasolina en plena crisis del petróleo. Estamos hablando del Nueva York de los años 70. Su padre era médico y tenía un permiso especial para repostar en una época en que el combustible estaba racionado para los demás; al señor que sacó el arma no le importó que del coche del médico dependieran vidas. Luego, en el otro extremo, tenemos el caso de Cuba: un país que supo reponerse al Período Especial a base de colaboración ciudadana y agroecología, cuando la adhesión al ideal revolucionario aún era fuerte. Por eso digo que depende del contexto. Si pienso en ahora, y en España, tengo fe en que podamos construir redes de apoyo, sobre todo en ciudades pequeñas y en los pueblos.

Finalmente, ¿qué te ilusiona más de tu vuelta a España? ¿tienes algún proyecto entre manos?

Si me permitís la confesión: está siendo una luna de miel. Me hacen ilusión tantas cosas: el apoyo y el cariño de la gente, el sol, la seguridad en las calles -en Filadelfia, que batió el récord de homicidios el año pasado, me daba pánico salir de casa-, lo bien que me tratan los medios en los que escribo, y luego detalles que parecen insignificantes pero no lo son: el sabor de la fruta, el humor, la libertad de tener cuerpo, los contenedores de reciclaje… En cuanto a proyectos, tengo uno grande fermentando: un ensayo. Acabo de firmar el contrato con una editorial, así que espero que salga pronto.

*Lázaro Santano, lector editorial, psicólogo y psicoterapeuta.