Javier Peña
Javier Peña

Javier Peña: «Al final, como en ese menú de Netflix, las buenas obras, lo brillante, se pierde entre las cosas insulsas»

En los últimos meses, he recomendado unas treinta veces —y lo seguiré haciendo— el podcast Grandes Infelices de Javier Peña, un monumento sonoro a la literatura universal. Javier Peña, vive en Santiago de Compostela, es periodista, y autor de dos novelas literarias sensacionales, Infelices (2019) y Agnes (2021), ambas publicadas por la siempre acertada Blackie Books.

Trabajaste durante algunos años como asesor político, ¿te ha enseñado algo, literariamente, esa actividad de escritura de discursos políticos?

R: Todas las experiencias me han enseñado algo, también las malas. Mi trayectoria como asesor político se inició porque me contrataron para hacer discursos para el conselleiro de Cultura. Hace poco pensaba que los episodios del podcast se parecen a alguno de los discursos que hice allí: leía mucho, igual mi jornada laboral la pasaba entera documentándome, luego escribía. Fue una etapa hermosa. Después llegó lo peor de la crisis, redujeron las consellerías y la primera que desapareció, fue, por supuesto, cultura. Entonces caí en Política Social con una señora que era la quintaesencia del político actual: ignorante y de dudosa honestidad. Eso me llevó a escribir Infelices, una novela sobre la infelicidad y el fracaso protagonizada por… un asesor político. El periodismo, en general, ha marcado bastante mi forma de entender la literatura. Tiendo a buscar decir lo máximo con el menor número de palabras posibles.

creo que buena parte de la literatura nace de que los autores y autoras no se sienten especialmente cómodos en el mundo y por eso inventan un universo paralelo

Has creado uno de los podcasts literarios más interesantes del momento, Grandes Infelices. Por allí, han pasado algunas bestias literarias de la talla de Stefan Zweig, Shirley Jackson, Vonnegut, Patricia Highsmith, Lispector o Juan Rulfo. ¿Has encontrado algún denominador común extraliterario en sus vidas?

R: Una cosa que me fascina de preparar los episodios del podcast es que siempre encuentro algo en la vida de los escritores que me recuerda a mí. En cada uno de ellos: nunca falla. Eso me reafirma en algo que ya pensaba antes, que hay un hilo conductor entre la infelicidad y la creación, no solo literaria, sino en cualquier disciplina artística. Creo que buena parte de la literatura nace de que los autores y autoras no se sienten especialmente cómodos en el mundo y por eso inventan un universo paralelo.

Decía Georges Simenon (por cierto, ¿otro gran infeliz?) que escribir no es una profesión, sino una vocación de infelicidad, y que no creía que un artista pueda ser feliz nunca. ¿Estás de acuerdo? ¿Es escribir, en tu caso, algo parecido a una necesidad inevitable?

R: Sí, como decía en la respuesta anterior, estoy convencido de eso. Eso no quiere decir que piense que un escritor tenga que ser infeliz el cien por cien de su tiempo o de su vida. Quiere decir que el escritor, en general, tiene, o debería tener, una capacidad superior para observar y pensar el mundo. Y cuando abres los ojos y la mente te das cuenta del absurdo que nos rodea y del sufrimiento que eso conlleva. El otro día escuchaba a un humorista contar que cuando compró un cachorro precioso y lo llevó a casa dijo: “mirad lo que he traído a casa, nos he traído a nosotros llorando dentro de unos años”. Y me pareció una forma muy lúcida de expresar lo que siento. ¿Para qué comprar un cachorro si sabes que vas a acabar llorando por él? Claro, lo haces porque la vida es eso, sería invivible si no apartas el lado trágico. Pero creo que la característica de la mente del escritor es que no solo ve al cachorro, sino que también ve el llanto futuro.

Impartes talleres de escritura creativa, colaboras en distintos medios, codirigiste la web cultural Inorantes, tienes un Podcast… ¿Se apoya suficientemente a la cultura en este país? ¿es dedicarse a ella, una forma lenta de autoinmolación económica?

Creo que tenemos un problema de base y es que, como los trabajadores culturales amamos nuestro trabajo, los empleadores creen que podemos hacerlo gratis o por un sueldo miserable. Se da por hecho que nadie ama trabajar en una cadena de montaje, que lo hace por un salario. Pero a ti que te gusta tanto escribir y hablar de literatura, ¿cómo me vas a cobrar por hacerlo? ¿No es suficiente lo mucho que disfrutas con ello? Es una teoría perfecta, salvo por el hecho de que los trabajadores culturales también comemos, y nos gusta vivir bajo techo, etcétera. Pero el problema no viene solo de parte de nuestros empleadores, sino también de los consumidores de cultura. Nos hemos acostumbrado a que el consumo de la mayor parte de la cultura sea gratis o casi gratis. Te pongo un ejemplo: cada episodio del podcast me lleva un mes de trabajo. Tenemos una audiencia muy buena y estoy muy feliz. Pero imagina que ahora le pido a la gente que pague 20 céntimos por episodio. Con la audiencia actual, por 20 céntimos por episodio, menos que el precio de un chupachups, podría vivir del podcast. Pero si lo hiciera los oyentes se reducirían en un 90 por ciento (y creo que estoy siendo generoso). Es decir, valoramos mucho menos un producto cultural que un chupachups. Es así de triste. Al mismo tiempo, la gente me pide que haga más episodios, que, por supuesto, solo consumirán si son gratis. De alguna manera he acabado autoesclavizándome. Y sigo adelante porque lo disfruto. Muchísimo. Pero rentable no es. Imagina el antónimo perfecto de económicamente rentable: pues eso es el podcast para mí.

parece que en el mundillo literario tienes que pasarte más tiempo promocionando la novela que escribiéndola.

Escribes en Infelices, tu primera novela, que: «¿Hay alguien que escriba que no lo haga sobre su vida? ¿Hay alguien que sea capaz de hacer tabla rasa y escribir como si no viviera en este mundo?». ¿Es la creatividad literaria, en parte, rehén de nuestras experiencias vitales?

R: Sí, ese es otro aspecto del que estoy convencido y que la documentación para el podcast me ha confirmado. Vivimos atrapados en nuestras vidas, en nuestros cuerpos, vemos la realidad con nuestros ojos y juzgamos a los demás proyectándonos en ellos. Es imposible escribir fuera de nosotros mismos. Eso no quiere decir que el único camino de la literatura sea la autoficción, tan de moda, pero sí es cierto que profundizar en la vida de los autores nos enseña que las experiencias vitales siempre están reflejadas, de una forma u otra, en sus novelas.

«Escribir le duele porque las ideas vuelan de su cabeza como los folios de la película si no las plasma pronto sobre el papel. Si le surge una idea, puede dejarte con la palabra en la boca y marcharse corriendo a sentarse junto al ordenador, la Coca-Cola de lata y el cartucho de repuesto. A menudo cuando le hablas está ausente y contesta con adverbios que no encajan en la conversación». ¿Cómo se lleva la escritura intensiva de una novela con el día a día? , ¿es posible para un escritor dejar a un lado lo que está escribiendo en ese momento?

R: Este ha sido uno de mis grandes dolores en este último año. Estoy intentando escribir una tercera novela, pero entre el podcast, los talleres, la Residencia Literaria y otros proyectos, noto que no me he podido sumergir en ella en cuerpo y alma. Tanto que ahora mismo he tenido que pararla. Creo, sinceramente, que el hecho de carecer de escritores profesionales, que puedan dedicar, si no todo su tiempo, sí el 80 o 90 por cien a escribir, es un lastre para la literatura actual. Tenemos hombres y mujeres orquesta, no escritores. A veces parece que en el mundillo literario tienes que pasarte más tiempo promocionando la novela que escribiéndola. ¡Qué coño a veces! Siempre. O casi siempre. Lo cual da mucho que pensar sobre el universo cultural que estamos construyendo.

En tu novela Agnes, el escritor de best-sellers Luis Foret sufre el bloqueo del escritor, confiesa haber perdido «el placer de la literatura». ¿Te ha ocurrido? ¿De ser así, cómo lo afrontas, algún consejo?

R: Me sucede a menudo. Para mí hay un antes y un después de Agnes. Yo escribí Infelices y Agnes, ambas, antes de que me leyera nadie, antes de que me conociera nadie. Ahora cuando escribo lo hago sabiendo que hay una editorial detrás y unos lectores detrás. Me pasa lo mismo con el podcast. Lancé la primera temporada haciendo algo que me apetecía y me apasionaba. Con todo lo que ha crecido, ahora hago la tercera temporada con miedo, sé que se espera algo de mí y eso me aterra. A veces me bloquea. Es decir, nunca tengo bloqueo creando historias, porque mi cabeza funciona todo el día de esa forma. Veo a alguien por la calle e imagino una historia entera de su vida. Me bloqueo si le tengo que contar esa historia a alguien, si tengo que esperar reseñas positivas en Goodreads o en Instagram de esa historia que mi cabeza, por su funcionamiento extraño, acaba de inventarse…

Por cierto, ¿quién demonios es Luis Foret? ¿cómo surgió?

R: Surgió de un cúmulo de circunstancia. Una de ellas fue que cuando vendí Infelices a Blackie Books estaba muy de moda Narcos y el personaje que interpretaba Pedro Pascal se llamaba Javier Peña. Yo lo sabía bien porque mis amigas se referían a él como Javier Peña El Guapo, mientras que yo era Javier Peña El Otro. Pero en Blackie me dijeron que quizás habría que pensar que mi nombre ya estaba cogido, y que igual estaría bien buscar una alternativa. Fue un momento extraño para mí y pensé que si no podía utilizar mi verdadero nombre, prefería ser alguien como Banksy o Elena Ferrante, alguien a quien nadie conociera. Luego aquella anécdota quedó en nada, pero me dio la idea de escribir una novela como Agnes.

En un momento de polarización tan grande como este, pensar en la figura del narrador poco fiable, y aplicarla a los políticos y periodistas, por ejemplo, nos ayudaría a alejarnos de los fanatismos

Mencionaba la crítica literaria argentina Josefina Ludmer en Algunos problemas de teoría literaria que en la práctica literaria se produce una escisión del sujeto, donde a veces se dicen cosas que el escritor ni siquiera pensó. ¿Cómo lo ves? ¿Podemos fiarnos de lo que nos cuenta el narrador de Agnes? ¿No es eso, acaso, la literatura, una escurridiza disputa entre lo que ha ocurrido y lo que no?

R: A mí siempre me ha interesado mucho la figura del narrador poco fiable. Es algo que trabajo mucho en los talleres. Hay novelas brillantes con esta técnica. Una cosa que tengo clara es que un narrador en primera persona nunca es fiable. Es alguien que te cuenta su versión de la historia, su verdad. Y siempre escribo pensando en eso. Es algo que marca mucho mi forma de escribir. Pero también marca mi vida. En un momento de polarización tan grande como este, pensar en la figura del narrador poco fiable, y aplicarla a los políticos y periodistas, por ejemplo, nos ayudaría a alejarnos de los fanatismos.

En Agnes está muy presente el marketing editorial y algunos de sus procedimientos habituales. Sostiene el crítico literario Vicente Luis Mora en La huida de la imaginación que el mercado está funcionando como crítico literario. ¿Cuál es tu opinión sobre esa prominente autoridad del mercado sobre otras cuestiones más exclusivamente literarias?

R: El mercado siempre ha funcionado así con la literatura. Eso es algo que también descubres investigando en las biografías de los autores. Pero ahora hay dos diferencias que lo están cambiando todo: la sobresaturación y la inmediatez. Hay demasiados libros, sin ningún filtro de calidad. Cuando estaba en la Universidad y veía a alguien que había publicado un libro lo miraba con timidez y admiración. Hoy si voy a una cena de veinte personas me dan ganas de abrazar al único comensal que no tenga sus dos o tres bodrios publicados. Pienso en cuando intento buscar algo que ver en Netflix, me paso dos horas navegando entre birrias y acabo apagando y cogiendo un libro. La sobresaturación hace que el 99% de los libros que se publican duren quince días en los estantes de las librerías (si es que llegan a ellos), eso invisibiliza la producción de la inmensa mayoría de los autores, de todos aquellos que no tienen una campaña de promoción brutal detrás. Al final, como en ese menú de Netflix, las buenas obras, lo brillante, se pierde entre las cosas insulsas. Cuando veo un catálogo de novedades de alguna editorial me pasa como con Netflix, lo cierro y me pongo una serie. Estoy abrumado por la sobreproducción cultural, me genera rechazo. Y creo que no soy el único al que le sucede.

La industria editorial —como casi todo hoy día— está inmersa en una vorágine en la que detenerse un tiempo deriva, en demasiadas ocasiones, en un ostracismo difícil de remontar, ¿hay tiempo para escribir con calma? ¿cómo pueden estar afectando esas dinámicas frenéticas a la calidad de la literatura actual?

R: Fíjate que por eso existe Grandes Infelices. Cuando me di cuenta de que iba a tardar varios años en tener mi próxima obra de ficción, me dije que necesitaba tener algo que darle a mis lectores para que no se olvidasen de mi existencia. Y pensé que un podcast era una buena opción. No perdía nada por probar. La trampa, que yo entonces ignoraba, era que el podcast me iba a acabar robando el tiempo que necesitaba para la novela. Pero bueno, creo que uno tiene que hacer lo que le apasione y yo ahora estoy apasionado por sumergirme en las vidas infelices de los escritores. En las presentaciones de Agnes dije que no pienso ser un autor prolífico, que como homenaje a Fellini me gustaría escribir 8 novelas y ½. La gente me dijo: ya está el exagerado, no digas tonterías. Pensándolo ahora, sinceramente, creo que ni siquiera voy a llegar a las 8 y 1/2. Admiro mucho a Eugenides, por ejemplo, que ha publicado tres novelas en 30 años. A mi entender, dos de ellas, magníficas. ¿Para qué escribir treinta libros malos si puedes hacer tres buenos?

Faulkner expresaba que un escritor no debía tener escrúpulos y que su única responsabilidad es su arte, ¿se escribe con libertad real hoy en día? ¿estamos poniéndonos un poco pesados —mea culpa— con el asunto de la autocensura?

R: Esto me preocupa mucho. Lo que me preocupa no es que me autocensure yo, sino que censuro a mis personajes. Y noto que lo estoy haciendo. Que censure a Javier Peña es lo de menos, a nadie le interesa Javier Peña. ¡Pero es que los personajes no tienen que ser políticamente correctos! ¡No deben! Los personajes más interesantes son los que tienen demonios dentro. A mí hay lectores que me han dicho que me odian porque odian a Luis Foret y que solo una mente enferma puede crear algo así. Sinceramente, creo que eso es no entender la literatura.  

Y para terminar, ¿habrá más temporadas de Grandes Infelices ? ¿Qué planes literarios tienes entre manos?

R: Sí, dentro de muy poquito habrá una nueva temporada. Como comentaba, estoy trabajando en una nueva novela, tengo ya un primer borrador, pero necesita mucho trabajo aún. Y la he parado. La retomaré, supongo, en unos cuantos meses. Antes de eso tengo otro proyecto en el que me he enfrascado y creo que será bonito. Pero de eso todavía no puedo contar nada…