bela hamvas

La obra de una vida, de Béla Hamvas

El pensador húngaro Béla Hamvas parece un duende que recorre todos los mundos, el orgánico y el inorgánico, el espiritual y el material, Oriente y Occidente; en todos encuentra algo que lo deslumbra. Y transmite a los lectores esa luz y esa plenitud, ya hable en sus textos sobre un huerto, sobre los días de septiembre, sobre un templo griego, sobre Béla Bartók, sobre la literatura, sobre la Edad de Oro o sobre lo órfico y lo mágico en el arte. Conjugando la más alta espiritualidad con la sensibilidad más intensa a lo concreto y sensorial, se fija en las hojas de los árboles y abarca a la vez siglos y siglos y amplios territorios. Así puede ver y relativizar también al hombre moderno. O al hombre hambriento de poder. O al hombre de la ambición. O al que se entrega a la ilusión del espectáculo. O al deseoso de dejar una obra. Al final, lo que busca Hamvas, ensayista absorbente y cautivador, es hacer aflorar lo que subyace a todos los fenómenos, a todos los seres, sea una persona, sea una piedrecita, que es en el fondo la aspiración a una vida plena.

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EXTRACTO DEL LIBRO:

La presente recopilación de escritos del pensador húngaro Béla Hamvas procura ofrecer una muestra de la amplitud de sus intereses y conocimientos, en arte, en literatura, en música, en filosofía, en historia de las religiones. El lector deberá tener en cuenta que el volumen reúne textos de diversas épocas del autor. Un corte profundo se produjo, por ejemplo, en el período de la Segunda Guerra Mundial. Llamado a filas, Hamvas acabó destinado al frente ruso, ayudó como oficial a la huida de ciudadanos judíos condenados a trabajos forzados, fue trasladado a Alemania, desertó y regresó a Budapest, donde su piso en la zona de Remete-hegy en Buda fue bombardeado de manera que perdió gran parte de sus libros y manuscritos. Después de la contienda, con la llegada del estalinismo al
poder, se vio obligado por las nuevas autoridades a abandonar su cargo en la biblioteca municipal y se dedicó a trabajar en el huerto de su cuñado en Szentendre, cerca de la capital. En sus escritos se refiere a esta época como el año de la perdición, el año de Job.

Una década antes, en los treinta, todavía aspiraba a la creación de una comunidad espiritual al estilo de los prerrafaelitas y en particular del círculo en torno a Stefan George en Alemania. Y, en efecto, fundó con el filólogo clásico Karl Kerényi un círculo animado por los ideales griegos clásicos del heroísmo y de la belleza al que pertenecieron también escritores como Antal Szerb o László Németh. La colaboración dio pie a la publicación de una revista llamada, como el propio círculo, Sziget (Isla). A ese período de los años treinta pertenecen algunos de los textos aquí publicados: los artículos sobre Schumann, Liszt y Montaigne, así como «Días dorados», «El huerto», «El templo de Afaya», «El platonismo de la escritura». No es desde luego casual que el círculo se llamara «Isla». La idea motriz era una alianza de pensadores, estudiosos, escritores y artistas reunidos en una isla para mantener encendida la llama del espíritu en un tiempo de crisis profunda, política, social y cultural.

Tampoco es, por supuesto, casual que varios de sus escritos de las décadas posteriores a la guerra se reunieran póstumamente bajo el título de Patmos: en la isla ya sólo había quedado él, el desterrado, el solitario. Tras su paso por el huerto de su cuñado se le asignó un empleo en los almacenes de la compañía ERBE, encargada de la construcción, el equipamiento y el mantenimiento de las centrales térmicas en Hungría. Fue enviado a diversas localidades de las provincias, a Inota, a Tiszapalkonya. Sus años de aislamiento en los cincuenta y sesenta contribuyeron a configurar su obra y su pensar, el carácter cada vez más místico de sus indagaciones. El Buda que aparece criticado en el escrito sobre Schumann de los años treinta poco o nada tiene que ver con el del sermón de la flor que Hamvas encomia en su último período. Confinado en la provincia húngara ya no había hilos que lo ataran. Podía volar. Ya en los años cuarenta se había aproximado al cristianismo y al pensamiento oriental, así como al existencialismo y a algunos filósofos heterodoxos del siglo xx como Rudolf Kassner o Rudolf Pannwitz. También a tradicionalistas como Leopold Ziegler, Giulio Evola o Guénon, de quienes extrajo el concepto para él tan decisivo de «tradición». De ahí también la exaltación profunda de la «Edad de Oro», del hombre arcaico que él resalta, del ser humano anterior al vuelco histórico que se produjo alrededor del año 600 antes de Cristo. A pesar de las fuentes a veces sospechosas de las que se nutría (recordemos, por ejemplo, el papel de Evola como ideólogo del fascismo), la obra de Hamvas no contiene ni una gota de triunfalismo ideológico y sí se caracteriza por una aguda penetración en la naturaleza de los totalitarismos del siglo xx en sus diversas variantes; guarda, además, una pureza, ya que Hamvas se alimentó fundamentalmente de su propia experiencia y de su propio desgarro y vio la luz sobre todo en la catarsis individual.

Por otra parte, no sólo se trataba, para él, de manifestar la necesidad de regresar al estado primordial o la importancia del nexo con lo que está más allá de lo humano,
sino de destacar que la semilla de ese estado es común a todas las personas y que establecer el vínculo con lo suprahumano para todas ellas es posible. Hamvas lo apuesta todo a la universalidad. Lo que busca es hacer aflorar la unidad esencial del espíritu humano, lo cual cobra especial vigencia en esta época nuestra de insistencia ciega y desbocada en los particularismos. Hen panta einai, todo es uno… Estas palabras de Heráclito presiden el proyecto intelectual de Béla Hamvas. Llegar allí es lo más fácil y lo más difícil a la vez.

*Nota de prensa de La obra de una vida de Béla Hamvas (Ediciones del Subsuelo, 2022).