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Consecuencias sociales del COVID-19

Puede que aún sea demasiado pronto para anticipar en su totalidad las consecuencias sociales que provocará el impacto del COVID-19. La aceleración disruptiva del presente entroniza a la incertidumbre como una de las características definitorias de los contextos cercanos.

La ascendente velocidad de los cambios y la inasibilidad de esta inédita y amenazadora crisis socioeconómica revela la imperiosa necesidad de contar con los conocimientos que puedan originarse desde los diferentes campos de actuación de las ciencias sociales. Más que nunca, se antoja necesario que tanto análisis como estrategias provengan de un minucioso trabajo interdisciplinar que trate de abordar la situación en toda su complejidad, sin dejar al margen a los fenómenos colectivos o cómo puede afectar sobre el funcionamiento social todo esto que no dejará de llovernos encima durante mucho tiempo.
 
Con el objetivo de reunir una visión más amplia hemos lanzado la siguiente pregunta a siete profesionales del ámbito sociológico que trabajan desde espacios distintos:
 

 

¿Qué consecuencias sociales consideras más significativas de las ocasionadas por la irrupción del COVID-19?

 

 

SERGI RAVENTÓS

Doctor en Sociología, Trabajador social en una Fundación de salud mental , es miembro de la Junta de la Red Renta Básica.

Sinceramente, mires por donde mires, todos los datos e indicadores sociales son bastante terribles. Es para desesperarse. Llueve sobre mojado de la anterior crisis iniciada en el 2008 y que ya supuso dejar tocados y malheridos los sistemas públicos de sanidad, educación, protección social y servicios sociales por los recortes de los sucesivos gobiernos del PSOE y del PP o de CiU, de los que ahora pagamos las consecuencias.

Creo que nos tiene que hacer replantear muchos aspectos de nuestras vidas, pero creo que el principal y que está ganando fuerza en todo el mundo es la idea que toda la población pueda tener su existencia material garantizada y no tenga que poner en peligro su salud y su vida por tener que salir a trabajar. Y eso está sucediendo. La gente más expuesta a enfermar es la gente pobre y con trabajos precarios que no puede dejar de acudir cada día a trabajar. También los trabajos más esenciales y poco o mal remunerados son los que se han mostrado más imprescindibles para la sociedad: sanitarios, cuidados, alimentación, limpieza…

Los efectos sociales de la pandemia del Covid19 son demoledores: si hablamos de desempleo entre la gente joven es nada más y nada menos que de un 40,8%! Esto es increíble y lo que puede suponer esto para las siguientes generaciones requiere de soluciones urgentes y decididas, si no queremos hipotecar los proyectos de vida de millones de jóvenes.

Por lo que respecta a pobreza antes del Covid19 teníamos una tasa de más del 26%. Ahora con la pandemia y el hundimiento de la economía es previsible que irá en aumento. En cuanto a la pobreza infantil, hay más de 2,6 millones de niños que se encuentran en riesgo de pobreza.

En el ámbito donde yo trabajo, la salud mental, la pandemia del covid19 ha hecho daño. Un aumento de las consultas entre un 20% y 40% por ansiedad, angustia, sensación de miedo ante una situación incierta y que ha afectado hasta el 46% de la población, y la más precaria económicamente es la que más ha sufrido, evidentemente.

Ante esta situación, hacen falta políticas a la altura de las circunstancias, pero seguimos con medidas muy limitadas y que no ponen freno a esta sangría social. El mismo Ingreso Mínimo Vital llega tarde, con problemas de gestión y colapso en la Seguridad Social, barreras digitales de acceso para mucha gente, con grupos de población que se han quedado fuera, cobertura insuficiente, importe inferior al umbral de la pobreza, etc.

Si queremos poder garantizar la existencia material de la población hay que poner en marcha cuanto antes medidas que den una respuesta real a la magnitud de la tragedia y una de ellas es la Renta Básica Universal

Sergi Raventós

Por otro lado, con la pandemia actual y una economía basada en el turismo, el comercio y la restauración, creer que se va a crear empleo a corto plazo y que pueda dar respuesta al nivel de desempleo existente no es, para ser diplomático, una manera de pensar racional.

Si queremos poder garantizar la existencia material de la población hay que poner en marcha cuanto antes medidas que den una respuesta real a la magnitud de la tragedia y una de ellas es la Renta Básica Universal. Una Renta Básica que dé cobertura a todo el mundo y que permita reducir las desigualdades sociales a través de la redistribución de la riqueza, vía impuestos. Esta medida, al ser incondicional, al menos permitiría compatibilizarla con otros ingresos y sortear la trampa de la pobreza que padecen la mayoría de subsidios actuales.

Por supuesto hay que complementarla con otras medidas sociales urgentes de reducción del precio de los alquileres de la vivienda y el reparto y reducción del tiempo de todos los trabajos existentes.

MARINA SUBIRATS

Es socióloga, gestora pública, filósofa y política catalana. Fue Directora del Instituto de la Mujer de 1993 a 1996 y ocupó diferentes cargos en el ayuntamiento de Barcelona, entre ellos Concejala de Educación. Como socióloga está especializada en los campos de sociología de la educación y sociología de la mujer. Es catedrática emérita de Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona.

Deseos de cambio, resistencias tenaces

Desde los primeros días de confinamiento comenzó una furiosa especulación sobre los cambios sociales que podían derivarse de la pandemia. Predecir el futuro es tarea de videntes, no de científicos sociales, por una razón: porque los factores que acaban determinándolo son tantos y de peso relativo tan desconocido, que lo único que puede hacerse es describir la escena y sus personajes, pero raramente podemos saber quién será el asesino. De ahí que los autores de serie negra casi siempre consigan sorprendernos.

Pocas certezas, por tanto, por no decir, ninguna. Algunos hechos sin embargo me llaman la atención, porque permiten medir la fuerza relativa de las instituciones. Por ejemplo, un dato significativo: el nulo protagonismo de la Iglesia en esta etapa. Curioso, ¿no? Un hecho como una pandemia, que en el pasado fue un terreno abonado para el protagonismo religioso -rogatorios, procesiones, sermones, culpabilidades, castigos divinos…- en esta pandemia no ha sido en absoluto visible, por lo menos en el ámbito europeo. Un indicador de que la Iglesia ha perdido la batalla del control de la opinión pública, algo que nos indica que, en el futuro, tendrá cada vez menos influencia en nuestra sociedad.

Vivimos en una sociedad atenazada por mil temores, y especialmente por un crecimiento pavoroso de las desigualdades.

Marina Subirats

Cuando observamos qué tipo de discurso ha sido hegemónico, queda claro que es un discurso de tipo científico, incluso en un momento en el que la ciencia confesaba su ignorancia frente a un virus desconocido. Si en algo hemos confiado es en la capacidad del conocimiento para vencer al virus, y en la abnegación del personal médico y sanitario, del que nunca se ha dudado que llegaría al máximo esfuerzo para ayudar a la población en el combate contra el virus. Es posible, aunque no podemos asegurarlo taxativamente, que uno de los cambios notables que nos deje la pandemia sea precisamente la mayor valoración de lo público, especialmente en el ámbito sanitario y de la investigación. Una valoración que se transforme en exigencia de un mayor esfuerzo económico en este ámbito.

Sin embargo, a menos que la pandemia se prolongue por mucho tiempo, no podemos esperar grandes cambios: el desconfinamiento nos ha mostrado hasta qué punto la mayoría de la población tenía prisa por volver a su vida normal, trátese de su trabajo, de retomar las rutinas escolares o, simplemente, de poder salir de botellón a demostrar que lo único importante es sentirse libre y hacer lo que le dé la gana.

¿Por qué, entonces, surge la pregunta por los cambios? Vivimos en una sociedad atenazada por mil temores, y especialmente por un crecimiento pavoroso de las desigualdades. Desde la crisis de 2008 aparentemente todo va de mal en peor; hemos perdido la confianza en la capacidad de las personas que ocupan cargos políticos para guiar correctamente los pasos colectivos. Todo acontecimiento que rompa la rutina es visto como una oportunidad para que las cosas puedan enderezarse. Ahora bien ¿hacia dónde? ¿En qué sentido? Y al ver las respuestas es cuando comprobamos que las ilusiones y deseos son no sólo distintos sino, a menudo, incompatibles. Muchos de los deseos que se han expresado reclaman un mayor sentido de comunidad, una mayor solidaridad, más tiempo para el disfrute de la naturaleza, de los amigos, de la familia, de la vida social. Menos consumo: nos hemos dado cuenta de que podemos vivir con mucho menos, el cambio climático nos muestra hasta qué punto hay que frenar determinados comportamientos.

Parecería que el camino para un cambio necesario y urgente está claro. Y sin embargo, fuerzas enormemente potentes juegan en el sentido contrario. Desde mi punto de vista no podemos esperar grandes mejoras de este tiempo de confinamiento.

JON E. ILLESCAS

Doctor en Sociología, Licenciado en Bellas Artes y profesor. Autor de «Educación Tóxica» (El Viejo Topo, 2019), «La dictadura del videoclip. Industria musical y sueños prefabricados» (El Viejo Topo, 2015) y «Nepal, la revolución desconocida. Crisis permanente en la tierra de Buda» (La Caída, 2012). Programa: TuYouTuberMarxista

Creo que una de las más importantes es comprobar cómo en nuestro sistema capitalista la búsqueda del beneficio privado se enfrenta contra la salud de la población. Tenemos el dilema de que si cerramos las empresas (como este verano ocurre con restaurantes y discotecas), disminuye abruptamente el contagio; pero a su vez, si las cerramos, crece el paro y la población (en particular la mayoría asalariada) no tiene ingresos con los que vivir. A menos, claro está, que el Estado ayude. Lo cual, en una sociedad donde este se nutre de los impuestos de la actividad privada tiene un límite muy claro: no destruir la rentabilidad empresarial.

Nunca antes hemos podido ver con tanta claridad este antagonismo entre capital y trabajo. Y pese a ello, por supuesto, todavía habrá gente que no lo vea. ¿La razón? Para estas personas el capitalismo es tan natural como el aire que respiramos. Por tanto, ni lo ven ni piensan que el sistema pueda morirse como cualquier otro “organismo social” o quizás ser substituido por otro superior, más humano, donde la lógica de su funcionamiento diario sea el bienestar de toda la población y no los beneficios de una pequeña parte.

Además de lo apuntado, ha quedado claro que las sociedades donde los gobiernos tienen control sobre una mayor parte de la economía nacional por estar gestionada directamente por el Estado (Cuba, Vietnam, China, etc.), con todos sus defectos y peligros, sin intención en absoluto de idealizarlas, funcionan mucho mejor que las sociedades donde el peso de la economía privada es mucho mayor (véase Estados Unidos o incluso la propia España). Es decir, donde el gobierno puede planificar sin enfrentar intereses privados, la coordinación y la protección social en el caso de un peligro sanitario tan grande es incomparablemente superior. Pienso que hay que tener honestidad y reconocerlo, al margen de la ideología de cada uno.

En tanto que animales socioculturales, sin la corresponsabilidad de nuestros pares, no somos nada.

Jon E. Illescas

Otra cuestión importante que ha quedado patente es la necesidad de tener disciplina en la vida social. En tanto que animales socioculturales, sin la corresponsabilidad de nuestros pares, no somos nada. La responsabilidad que debemos cultivar con los otros, con su salud, con su libertad y la nuestra, es fundamental para el bienestar de todos. Y eso es algo que rema también contra la lógica del capital, contra su ideología individualista y consumista del “ande yo caliente, ríase la gente”. El ciudadano capitalista perfecto, el consumista compulsivo, no es el mejor perfil para superar juntos una pandemia mundial como la actual. Para hacerlo, se requiere autocontrol y autodisciplina por parte de todos, actitudes que están en las antípodas de la lógica del capital de criar/educar (desde los medios, la industria cultural y la publicitaria e incluso desde la educación) a un ciudadano pasivo continuamente insatisfecho que aplaca su angustia existencial pasando varias veces la tarjeta en el centro comercial. O ahora desde su propia casa, comprando por Amazon o AliExpress sin importarle las repercusiones sociales y medioambientales de sus acciones.

EMPAR AGUADO

Doctora y Profesora del Departamento de Sociología y Antropología Social de la Universitat de València. Premio de Divulgación Feminista Carmen de Burgos de la Asociación Estudios Históricos de la Mujer (AEHM) de la Universidad de Málaga. Sus líneas de investigación se sitúan en los estudios de la Sociología del Trabajo, el Género y la Economía Feminista

Como sostiene Fernando Conde en el libro Lo esencial es invisible a los ojos, escrito durante y sobre la pandemia, ésta muy bien podría ser identificada como un «fenómeno social total», de acuerdo con la caracterización de Marcel Mauss, como aquel tipo de hecho social en el que se condensan todos y cada uno de los planos de la vida social y que, a su vez, tiene capacidad de desvelar y de iluminar con una nueva luz a todos ellos.

Las consecuencias sociales que considero más significativas de este tiempo son el mayor impacto sobre los grupos más vulnerables. Esto está provocando que se ahonde en las brechas de desigualdad ya preexistentes y heredadas, entre otros momentos, de la anterior crisis. El reto de las políticas públicas y la restauración de nuestro débil estado de bienestar nos obliga a reflexionar sobre las consecuencias del austericidio orquestado desde la Unión Europea y adoptado por nuestros estados en la primera crisis de siglo XXI. Aunque en los inicios de la pandemia se pudieron leer titulares que insinuaban que este virus no discriminaba por clase social, género u otras variables descriptivas de la desigualdad estructural, la realidad nos ha puesto de relieve que las brechas preexistentes se están viendo acrecentadas (a pesar de los diques de contención construidos).

Se alza la esperanza de que este «fenómeno social total» tenga capacidad de proyectar una nueva luz que saque de las sombras de nuestra vida cotidiana ese esencial invisible a los ojos que implica el mundo de los cuidados hacia las personas y su reconocimiento y distribución plena.

Empar Aguado

Por poner un ejemplo, diversas investigaciones han mostrado el impacto de la pandemia sobre la división sexual del trabajo en el ámbito privado doméstico. El incremento de la carga de trabajo que se ha generado en el seno de las unidades familiares no se ha distribuido equitativamente en la mayoría de los hogares y ha amplificado las desigualdades en los usos del tiempo ya existentes antes del confinamiento entre hombres y mujeres. Esta brecha de género en el uso del tiempo dedicado al cuidado es una causa y un factor inductor real y potencial del incremento de la inactividad de las mujeres, por ser ellas las responsables familiares principales de los cuidados del hogar. Es fundamental incorporar la perspectiva de género en la lectura de los distintos indicadores que guardan una relación estrecha con el trabajo global, ya sea en forma de empleo como en las diversas formas de trabajo requerido por nuestra sociedad.

En este sentido, y retomando la caracterización de Marcel Mauss y el título del libro de Fernando Conde, también se alza la esperanza de que este «fenómeno social total» tenga capacidad de proyectar una nueva luz que saque de las sombras de nuestra vida cotidiana ese esencial invisible a los ojos que implica el mundo de los cuidados hacia las personas y su reconocimiento y distribución plena.

ALMUDENA MORENO MÍNGUEZ

Doctora en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona en 2004 y Profesora Titular Departamento de Sociología y Trabajo Social de la la Universidad de Valladolid. Se ha especializado en cuestiones de familia, Estado de bienestar, políticas públicas y análisis comparados sobre género. 

Una de las consecuencias sociales más dramáticas de los efectos del COVID ha sido tomar conciencia de nuestra fragilidad como seres naturales en un contexto social, económico, institucional y cultural de las democracias modernas que se presumía como única alternativa. Sistema de gestión política que no ha sido capaz de encontrar las respuestas eficaces y rápidas a la vulnerabilidad de nuestras vidas provocadas por el virus, más allá del confinamiento y aislamiento decretado por los gobiernos. Esto está en parte cuestionando el modelo político y económico liberal que en sus diferentes versiones de gestión -desde el modelo liberal anglosajón hasta el socialdemócrata del norte de Europa- había garantizado en la tardía modernidad, la democracia imperfecta pero estable, una conciencia de igualdad, un sistema de redistribución y protección desigual basado en el consumo compulsivo como único medio conocido de crecimiento económico.

Este sistema imperfecto occidental había posibilitado la gestión política de las democracias modernas, garantizado la supervivencia humana y la estabilidad social en base a un Estado de bienestar basado en un pacto entre generaciones y la aceptación del patriarcado que empezaba a cuestionarse. La disruptividad social que ha generado el virus ha puesto en cuestión el modelo de regulación normativo social basado en este modelo, acelerando procesos que ya estaban en marcha como la quiebra del contrato social intergeneracional, del modelo de protección social basado en el individualismo competitivo y el patriarcado: modelo de relaciones familiares y de género que relegaba a un segundo plano los cuidados como algo informal, de segunda clase y propio de las familias y las mujeres, así como el aumento de la desigualdad.

La pandemia ha destacado el valor de la solidaridad comunitaria y familiar, de la cooperación entre generaciones y sexos así como la relativa efectividad de los Estados nacionales que han optado por fortalecer los sistemas de redistribución y protección públicos. De hecho los países que mejor parecen haber respondido a los efectos de la pandemia son aquellos en los que convergen sistemas públicos sólidos con modelos de relaciones sociales basados en la responsabilidad y solidaridad intracomunitaria.

La pregunta que nos hacemos todos es si es posible un sistema de gestión política más eficaz al conocido ante este tipo de crisis sanitarias que no ponga en cuestión los principios del contrato social basado en los principios de libertad e igualdad que ha legitimado nuestras democracias. Otra pregunta que está en el imaginario social colectivo es qué precio estamos dispuestos a asumir en términos de reducción de libertades básicas como pueda puede ser el monitoreo y control tecnológico de nuestras vidas por parte de los Estados nacionales.

Este “contrato social” inspirado en los principios filosóficos de Rousseau había sido clave hasta ahora para que los científicos sociales pudiéramos definir y trabajar con los modelos de representación social y comportamiento de los individuos, que servían de base tanto para el diseño de las políticas sociales públicas como para el análisis de la relaciones sociales y los procesos identitarios que se sustentaban en el modelo económico, político y cultural descrito anteriormente. Ese modelo de bienestar, producción y redistribución consensuado tras la Segunda Guerra Mundial empieza hoy a cuestionarse por los efectos de la globalización, de la revolución tecnológica, de la economía digital, de la crisis demográfica, económica y climática, agravada ahora con las consecuencias de la pandemia del Covid 19.

La pregunta que nos hacemos desde la ciencia social es qué papel tienen los científicos sociales en una situación como esta. Su papel pasa por plantear las preguntas adecuadas que puedan tener una factibilidad operativa en las respuestas obtenidas con los instrumentos científicos disponibles. Por tanto, las respuestas que todos esperamos ante los grandes retos que se nos presentan como sociedad tras el COVID pasan por redefinir las herramientas de gestión socio-políticas, los modelos de pensamiento, así como los sistemas normativos y culturales sobre los que se construyeron los sistemas sociales y de acción política, así como de interacción y relación sociales de la modernidad. Esto implica ir más allá de los paradigmas tradicionales que hasta ahora nos habían servido como brújulas y que ahora han puesto de manifiesto su ineficacia e ineficiencia para gestionar y evaluar la actual crisis. Se trata de una estrategia de reflexión científica necesaria desde las ciencias sociales que sin dejar de tener un principio de realidad ha de blindarse contra los prejuicios que le acechan desde los poderes políticos, las redes sociales y los grandes poderes fácticos que tratan de protegerse y perpetuarse a través de los efectos que genera la postverdad en la opinión pública.

Debemos estar atentos y no dejarnos influenciar y presionar por los efectos sociales perversos en forma de prejuicios y estereotipos producidos por los efectos políticos y sociales de la pandemia en el comportamiento y pensamiento sociales

Almudena Moreno Mínguez

Como científicos sociales, sólo pensando desde el futuro a través de la evaluación con rigor del pasado y de las políticas públicas desarrolladas podremos estar en condiciones de crear nuevas herramientas de análisis e interpretación capaces de afrontar un presente confuso que se está redefiniendo en medio de la incertidumbre, el riesgo, y la desigualdad. Debemos estar atentos y no dejarnos influenciar y presionar por los efectos sociales perversos en forma de prejuicios y estereotipos producidos por los efectos políticos y sociales de la pandemia en el comportamiento y pensamiento sociales. Nunca antes se había planteado con tanta urgencia la necesidad de evaluar desde el prisma científico las consecuencias socio-económicas y culturales de las políticas desarrolladas en esa “sociedad de riesgo” que nos ha traído el COVID y que los sociólogos llevan trabajando teóricamente durante décadas y que ahora se nos presenta como un gran laboratorio de pruebas. Esperemos acertar con los modelos de interpretación que tratan de aproximarse a esa esa realidad social confusa.

RICARDO KLEIN

Sociólogo y Doctor en Gestión de la Cultura y el Patrimonio. Profesor del Departamento de Sociología y Antropología Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidat de València. Presidente del Comité de Investigación de Sociología de la Cultura y de las Artes de la Federación Española de Sociología.

Una mirada desde la cultura y las políticas culturales.

Agradezco a Diagnóstico Cultura por la invitación a escribir algunas ideas, que buscan más que nada la reflexión y el intercambio, sobre el impacto del COVID19. Me gustaría pensar la pregunta que se ha propuesto dentro de mi área de experticia: la cultura y las políticas culturales.

El momento actual que vivimos debe ser visto como un espacio de oportunidades y nuevos planteamientos en el paradigma de las políticas culturales. En él deben jugar dimensiones tan relevantes como la solidaridad, la empatía, la participación, y la descentralización cultural con mirada territorial y de escala local. Por ejemplo, será un elemento clave y definitorio, en el transcurso de la política cultural de los próximos años, la actitud solidaria que asuman los representantes culturales que más tienen (dentro de los sectores profesionales, academia, privados, públicos, organizaciones, etc.) con los agentes culturales más perjudicados por este momento de absoluta incertidumbre. Si de verdad se desea transformar y fortalecer el ecosistema cultural, valores como la solidaridad deben defenderse y visibilizarse más que nunca en hechos prácticos, no sólo en buenas intenciones.

De la misma manera, se deben planificar y constituir retos a corto, mediano y largo plazo que puedan ir consolidando bases materiales sólidas dentro del complejo y heterogéneo escenario cultural. Urge pensar en la construcción de políticas culturales que contemplen la variabilidad y la aceleración transformativa y adaptativa de contextos como el que se nos presenta en estos días. Se debería también reflexionar en la capacidad de construir concepciones en materia de política cultural más colectivas e innovadoras. En este sentido, las formas de participación cultural deben ponerse en debate, así como los (nuevos) consumos culturales que irán componiendo ciudadanías culturales más comprensivas al entorno que nos rodea. Considero que de a poco debería ir surgiendo un cambio actitudinal de la política cultural en un nuevo marco de gestión y desarrollo, dentro de un horizonte que ha transitado entre la acción cultural activa en el espacio público y la participación cultural privada de los hogares, sostenida esta por un confinamiento implacable y riguroso.

Si de verdad se desea transformar y fortalecer el ecosistema cultural, valores como la solidaridad deben defenderse y visibilizarse más que nunca en hechos prácticos, no sólo en buenas intenciones.

Ricardo Klein

El campo cultural debe ser analizado como un escenario precario y de constante (re)estructuración. Este ecosistema (des)ordenado no se explica, ni se entiende, únicamente por el pasaje del COVID19 y las terribles consecuencias que ha aparejado para el campo artístico-cultural y sus trabajadores. En todo el ecosistema cultural hay desigualdades e inequidades históricas que no se resolverán únicamente con las ayudas provenientes del estado de emergencia post pandemia. Este hito histórico ha visibilizado, una vez más, lo difícil de sostener un ecosistema siempre en riesgo de desestructuración e, incluso, dependiendo del campo cultural del que se trate, en proceso de desmantelamiento.

En definitiva, es momento de pensar, de dar y de volver a barajar todas las ideas y propuestas de acción cultural posibles de ser aplicadas a estos nuevos escenarios; de fortalecer las bases de un tejido cultural amplio y diverso; de construir políticas culturales considerando el diagnóstico de realidades impensadas hasta hace muy poco y con perspectiva a mantenerse durante un plazo de tiempo extendido. Es momento de materializar desafíos en todo el ecosistema cultural en base a un contexto de incertidumbre y que tendrá, seguramente, otras vueltas de tuerca, aun no previstas y difíciles de visibilizar con las herramientas que contamos actualmente.

FÁTIMA ANLLO VENTO

En la actualidad es Directora del Observatorio de Creación y Cultura Independiente. Doctora en sociología y antropología por la Universidad Complutense de Madrid. Estudió gestión de artes visuales y artes escénicas en New York University y ciencias sociales en la Universidad de Essex. Su principal área de interés son las políticas culturales, la acción colectiva y el desarrollo democrático, temas que abordó en su tesis Participación y poder en la gobernanza de las políticas culturales: el caso de la política musical del Estado Español (1978-2013).Es también licenciada en Medicina y Cirugía y especialista en Anatomía Patológica

Difícil tarea la de pronosticar el futuro. Venga lo que venga, inevitablemente será una proyección de lo que ahora somos. En mi opinión, más allá de la pérdida de vidas – la peor de todas sus consecuencias – , el principal efecto de la pandemia por COVID-19, como ya pasó con la Gran Recesión en 2008, por su carácter abrupto y agudo, será el incremento y aceleración de procesos económicos y sociales que ya estaban instaurados, aunque estuvieran más o menos larvados.

La enfermedad en sí misma está afectando en mayor medida a la población con menos recursos, pero también sus efectos hacen mella especialmente en los que menos tienen. Así, a la desigualdad generada por la crisis anterior viene a sumarse la que traerá esta pandemia. Si hubo una época en que la distancia y la movilidad entre clases sociales hizo creer que estas se estaban disolviendo, hoy la brecha entre ellas crece y se cristaliza, con pocas posibilidades de romper la tendencia en el futuro inmediato. Si de forma más reciente, la desigualdad entre mujeres y hombres iba acortando distancia, la reclusión y el asilamiento esta devolviendo a las mujeres a situaciones de hace décadas en el entorno familiar, profesional, laboral y académico. Porque esa brecha está hecha de otras muchas que la singularidad de la lucha contra el COVID-19 no hace más que reforzar. Los confinamientos y las medidas de aislamiento social nos han arrastrado todavía más al mundo digital y precisamente en la brecha digital subyace la mayor amenaza a las igualdades de todo tipo.

La educación, la herramienta más potente para atacar la reproducción de la estructura social, se está desplazando al mundo online para el que las familias con menos recursos no disponen ni de acceso, ni de equipamiento, ni del capital cultural o las competencias con las que apoyar a sus hijos e hijas. También la brecha digital se ha identificado como uno de los retos a los que habríamos de hacer frente las mujeres en el camino hacia la igualdad. En los últimos informes globales sobre la brecha de género en el mundo viene citándose la brecha digital como uno de los factores clave que pueden impedir a las mujeres la igualdad en un futuro en el que la inteligencia artificial ocupará cada vez mayor protagonismo.

El efecto de hiperrealidad de lo digital resta potencia y hondura emocional a lo vivido, lo empobrece y depriva de matices que quedarán inaprehensibles. Ese efecto del COVID-19 está siendo especialmente dañino: muertes virtuales, amistades virtuales, viajes virtuales, pero soledades y tristezas profundas y muy reales.

Fátima Anllo

La pandemia está haciendo también de catalizador de fenómenos que ya vienen consolidándose hace tiempo: la reducción de nuestras experiencias relacionales físicas, directas y reales con los demás y el progresivo encierro en un mundo virtual aparentemente abierto y libre, pero enormemente controlado de forma no evidente – lo que hace ese control aún más peligroso. Ambos procesos, sincrónicos y simultáneos, representan también, desde mi punto de vista, una amenaza a nuestro equilibro psíquico y emocional. Las experiencias mediadas por la tecnología como periscopio desde el que mirar y experimentar el mundo, incorporan enormes posibilidades siempre que lo amplíen, pero no lo sustituyan. Las vivencias básicas y fundamentales que constituyen la experiencia humana -la alegría, el dolor, la muerte- han de estar presentes en nuestra vida tangible. El efecto de hiperrealidad de lo digital resta potencia y hondura emocional a lo vivido, lo empobrece y depriva de matices que quedarán inaprehensibles. Ese efecto del COVID-19 está siendo especialmente dañino: muertes virtuales, amistades virtuales, viajes virtuales, pero soledades y tristezas profundas y muy reales.

Necesitamos pronto una vacuna como primer paso para tanta tarea pendiente…

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