La noche del 12

La Noche del 12

La noche del 12 (La nuit du 12, Dominik Moll, 2022)

El tiempo —la gestión que hace el narrador de su transcurso— es un elemento muy poderoso dentro del género policiaco. Eso sí, en una clase de historias en las que lo inmediato y lo febril suelen marcar el pulso, muy pocos narradores disponen que la dilación llegue a jugar un papel principal. Mostrar un proceso indagador que avanza pero se estanca de repente sin resultados, que parece que vuelve a ponerse en marcha aunque se detiene de nuevo, así durante semanas, meses y hasta años, es algo que definía obras como la seminal novela Roseanna (1965) de Maj Sjöwall y Per Wahloö, o el largometraje Zodiac (2007) de David Fincher. Y he aquí la misma idea rectora de La noche del 12 (2021), que presenta no pocas afinidades con ambos títulos, pues describe el paso del tiempo y sus consecuencias dentro del relato de un homicidio, como avisa una nota sobreimpresa al inicio, no resuelto.

En un momento clave de este formidable drama criminal se nos muestra a su protagonista, el inspector Vivès (Bastien Bouillon), presa del insomnio y la obsesión por el caso que lleva. Se trata del asesinato de una joven a la que rociaron con líquido inflamable y prendieron fuego una noche en la calle, y el policía repasa mentalmente la serie de sospechosos a los que ha interrogado y, después, desechado como responsables del crimen. Es un primer plano cenital del hombre sobre la cama, con los ojos abiertos, mirando a cámara; en su rostro se superponen los de dichos sospechosos mientras volvemos a escuchar en off frases de sus declaraciones, unas palabras impregnadas de un machismo y una misoginia tan cotidianos como atroces. De esta manera, el director francés de origen alemán Dominik Moll (Harry, un amigo que os quiere; Solo las bestias) plasma en una sola imagen el proceso que vemos desarrollarse paso a paso en pantalla: a la angustia de Vivès por que la investigación se encuentre en un callejón sin salida se une el descubrimiento personal sobre cómo está hecha la sociedad.

El doble trauma se enmarca, entonces, en el descenso gradual a un abismo al compás del muestrario variado de tipos, a cada cual más indeseable, que, encarnando el acecho y el desprecio desgraciadamente cotidianos que puede sufrir cualquier chica, representan la cara más terrorífica del patriarcado, La desolación lo va inundando todo, a la par que el aprendizaje en etapas de Vivès se desarrolla según entabla conversación con tres mujeres diferentes. En una trama donde la acción se interrumpe y vuelve a la casilla de salida varias veces, son las intervenciones de la amiga de la víctima, la jueza y la nueva compañera de comisaría el auténtico motor que va completando etapas, resumiéndose en expresiones verbales tan rotundas como la expresada por la agente dentro de furgón de vigilancia: «¿No te parece raro que sean generalmente hombres quienes cometen crímenes y que sean generalmente los hombres lo que deben resolverlos?».

el relato ha ido creciendo hasta abrirse al final como una extraña flor cinematográfica

La noche del 12 es una película en apariencia sencilla que, sin embargo, contiene un cúmulo de detalles, frases reveladoras, metáforas de comprensión cristalina (pero sin que eso dañe a su efectividad) y notas misteriosas que, al final, elevan su sustancia narrativa hasta un nivel de complejidad cuya explicación resulta imposible desarrollar adecuadamente con unas pocas líneas de comentario. Es más, se llega a esta conclusión cuando termina la cinta y surge la impresión de que el relato ha ido creciendo hasta abrirse al final como una extraña flor cinematográfica —y en pantalla aparece, por cierto, también una extraña misteriosa azul poco antes de la conclusión—, lo que incita a querer verla al menos una segunda vez. Además, Moll conjuga con naturalidad estrategias de diversa índole: desde una particular versión del modelo buddy movie en la subtrama del compañero de Vivés, hasta recursos estilísticos como una magistral elipsis que es capaz de quitar el aliento, pasando por el aprovechamiento de la interpretación lacónica de Bastien Bouillon donde cada gesto mínimo, a veces solo realizado a medias, adquiere una máxima expresividad. Es el rostro del estupor ante un mundo de hombres.