cristina rivera garza
Ilustración de Iñaki Landa

Cristina Rivera Garza: Los muertos indóciles. Necroescritura y desapropiación

Sostiene Cristina Rivera Garza que la práctica de la escritura nos confirma que, en la página como en la vida, no hay solistas pero sí acompañamiento. Se examinan aquí muchas prácticas y ejemplos de libros donde se da un traslado de la frontera entre plagio y creación, la reapropiación y reescritura de textos ya existentes, hasta un amplio abanico de posibilidades desatado por el estallido de las tecnologías comunicativas.

La escritura deja de ser un ejercicio de introspección autoral romántico para convertirse en una experiencia de la comunalidad contemporánea, un espacio para reconocernos y relacionarnos.

Y así, comenzando también con ideas, sugerencias y voces de otras personas, la editorial consonni en su colección Paper ha lanzado este ensayo imprescindible de la autora, traductora y crítica mexicana Cristina Rivera Garza: Los muertos indóciles. Necroescritura y desapropiación, que, publicada por primera vez en 2013 y con un prólogo escrito por el crítico Jorge Carrión, nos invita a poner en cuestión el estado de las cosas y el estado de nuestros lenguajes, analizando las escrituras contemporáneas en la era digital.

Partiendo de la necropolítica y del concepto de horrorismo contemporáneo planteado originalmente por la pensadora italiana Adriana Cavarero, la autora apela, desde un contexto mexicano extrapolable a cualquier territorio, a escritores y escritoras artistas que deben considerar cuál es su posición como ciudadanos y agentes de memoria social, mediante el uso de estrategias curatoriales de denuncia política.

A lo largo de la obra, Rivera Garza insiste en la relación entre la muerte y la escritura, desde Troya a las fosas comunes de su México natal, extrapolable a otros territorios, porque, como el mismo Jorge Carrión apunta, «A simple vista, puede parecer que el contexto de escritura y de recepción de Los muertos indóciles en México tiene que ser muy distinto del que va a acoger esta edición española. Pero no hay más que recordar que todavía quedan muchas fosas por excavar de la Guerra Civil o que la generación de las víctimas y los asesinos del llamado conflicto vasco está todavía viva para constatar que no es así». Del mismo modo, anuncia, como ya hicieron otros, la muerte de la figura del autor para afirmar que la escritura es una práctica colectiva, desarrollada en una pertenencia mutua con el lenguaje y los otros.

Asimismo, la autora reúne una suerte de bibliografía de escrituras diversas, combativas y urgentes, aquellas que las grandes editoriales evitan o no se atreven a publicar, las que ocurren en la frontera de dos lenguas y dos mundos, también las que se dan a golpe de tweet o emergen en talleres de escrituras, menos esencialistas y canónicos, y valientes propuestas docentes. Todas ellas, nos dice, nos libran de la indiferencia y la indolencia, nos conmueven y con-duelen.

De esta forma, a estas producciones textuales que emergen entre máquinas de guerra y máquinas digitales, en un mundo en mortandad estrepitosa, la autora las denomina necroescrituras; mientras, a la poética que las sostiene en busca de una desposesión, retando esa autoría particular, se las nombra como escrituras de la desapropiación, siempre en plural. Menos que un diagnóstico, estos términos son fruto de la lectura crítica de lo que se produce en la actualidad, pretendiendo animar una conversación donde la escritura y la política son relevantes por igual.

Si la lectura, como lo he repetido tanto, no es un acto de consumo pasivo sino una práctica de compartencia mutua, un minúsculo acto de producción colectiva, entonces en juego estarán no solo los libros leídos sino, sobre todo, los libros interpretados: los libros reescritos, ya en la imaginación personal o ya en la conversación, esa forma de la imaginación colectiva.

Pág. 82

*Nota de prensa

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