La gran ola de Albert Pijuan (Sexto Piso, 2021) fue ganadora del Premio Nacional de la Crítica de narrativa de 2020 en catalán (traducida al castellano por Rubén Martín Giráldez). Un texto rupturista, empujado, de principio a fin, por un nervio hiperactivo que inaugura interesantes registros narrativos.

«Eran jóvenes y lo tenían todo, eran jóvenes y no creían nada porque lo eran todo y no tenían nada, eran jóvenes y eran tres, y los tres compartían linaje, sangre, destino y molde.»

Así comienza La gran ola. En ella, Pijuan nos cuenta una serie de sucesos vitales —a lo largo de veinte años—, de tres repelentes herederos de un imperio de hoteles, tres pijos de manual, adictos al capricho y a un hedonismo intranscendente. Acostumbrados a que todo salga según lo previsto —esa seguridad a tiempo completo que granjea el dinero ilimitado—, los días de estos vencedores de nada transcurren entre la diversión instantánea, el tedio y la inexistencia de cualquier cuestionamiento moral sobre sus actos. En su mundo todo puede comprarse con dinero, los rostros precarios no existen, o, están a su disposición. Pijuan ejecuta una crítica irreverente de la élite caprichosa que pilota desnortadamente nuestro demencial actual modelo socieconómico. El mundo como un resort, la cara menos agradable del turismo, la denuncia ácida sobre el tablero globalizado asimétrico en el que unos pocos se aprovechan de los que no tienen ningún tipo de escapatoria.

Cubierta

el patio de recreo de una bestia primigenia que se había divertido descuajeringando vehículos, edificios, árboles, personas; sus juguetes

La prosa de Pijuan nos conduce a sacudidas con agilidad, inesperados cambios de narrador, una melodía-rodillo que, página tras página, nos zarandea enérgicamente. Las aventuras rocambolescas de los tres herederos se convierten en sustrato vertebrador de algo febrilmente en marcha. Un devenir de días frívolos y despreocupación hasta la llegada de un incidente que voltea casi todo, un tsunami, punto de inflexión radical, el castillo de naipes desordenándose, la impotencia del dinero cuando colisiona con lo que no está sometido a un precio, la perfecta vacuidad de los tres herederos cubriéndose de miedo paralizante y desesperación; los intocables reducidos a su inane y desvencijada naturaleza humana.

«Una neblina de agua evaporada cubría la playa. La luz era limpia y transparente, como el silencio. El sol aún calentaba con toda su fuerza. Mirases donde mirases, la imagen era la misma: el patio de recreo de una bestia primigenia que se había divertido descuajeringando vehículos, edificios, árboles, personas; sus juguetes.»

Lenguaje y ritmo como protagonistas; el poder irresponsable como elemento constitutivo de una trama absorbente que delata la desmesura normalizada con la que actúan los que siguen adueñándose del mundo, el alto precio que su triunfante desvarío va dejándonos en forma de emergencia climática. Todo igual, una y otra vez, hasta que «la agitación irrumpió en la postal devastada». Y ahora qué.

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