Los años de Super 8

Los años de Super 8

La sustancia doméstica

Los años de Super 8 (Les années Super 8, Annie Ernaux y David Ernaux-Briot, 2022)

Le jeune homme (2022), el último libro publicado por Annie Ernaux hasta la fecha, coincidiendo con la concesión del Premio Nobel de Literatura, va precedido de una frase con la que la autora condensa una explicación sucinta y clara no solo del texto que comienza sino prácticamente del conjunto de su obra, lo que viene a ser cómo concibe la literatura y cómo la ha practicado durante su singular trayectoria: «Si no las escribo, es como si las cosas no se hubieran completado y tan solo se hubieran vivido». Ernaux, en efecto, ha alcanzado un merecido reconocimiento por una constante y muy consciente reelaboración del género autobiográfico, que ha adoptado como herramienta que aúna al mismo tiempo la investigación sobre su persona y sobre la sociedad en la que vive, es decir, una formulación rotunda de que lo personal siempre es político, y viceversa. En su caso concreto, ese binomio es indivisible y se sustenta sobre una explícita inquietud de izquierdas, además de que lo impulsa un hecho muy concreto: la reflexión reparadora de clase efectuada por una persona que alcanzó un estatus social dentro de la burguesía media y un día se dio cuenta de que lamentablemente había menospreciado sus orígenes humildes y proletarios.

¿Es posible aplicar el modus operandi ernauxiano a las manifestaciones cinematográficas? La rotunda respuesta afirmativa la encontramos en la reciente Los años de Super 8 (2022). Antes de este documental se habían llevado tres obras suyas a la pantalla en forma de ficción; la última, en 2021, fue la excelente adaptación de El acontecimiento, a cargo de la directora Audrey Diwan, un libro donde la escritora relataba la dura experiencia de su aborto en una Francia de los sesenta en la que todavía este era ilegal. Además, ha aportado sus textos a los documentales Mon week-end au centre comercial (2014) y J’ai aimé vivre là (2020). Sin embargo, este último estreno (en España puede verse en la plataforma Filmin), que Ernaux firma al alimón con su hijo David Ernaux-Briot, y no por casualidad resulta un proyecto donde la implicación y la huella de la literata parecen plenas, se concreta modélicamente la translación a una película ya sea su estilo como su forma de entender la narración autobiográfica, todo ello gracias a la nutrida selección de filmaciones familiares, en formato doméstico de 8 mm, que madre e hijo han rescatado para la ocasión.

Entre 1972 y 1981, los Ernaux fueron acumulando metros y metros de pequeño celuloide filmado por el padre, Philippe. Su contenido era el habitual: cumpleaños y celebraciones especiales, viajes y, en este caso particular, un vistazo a las casas donde se habían mudado (tres o cuatro durante casi una década) o las que ocupaban en algún periodo vacacional. En realidad las imágenes no contienen nada especial en particular, aunque, eso sí, están muy bien tomadas, poseen unas cualidad estéticas bastantes destacables. Pero ese «nada especial en particular» se convierte en un «todo» cuando a la sucesión cronológica montada por David —a cuya proyección asistimos casi como invitados en el salón de la familia: es como si nos propusieran a los espectadores un «¡Os vamos a enseñar las vacaciones de aquel verano!»—, le acompaña la narración de una voz protagonista, la de la misma Annie, que ordena y completa el fuera de campo.

Constituye la manera ejemplar con la que la escritora francesa ha cerrado otro capítulo del relato general de su historia, en este caso acompañado de imágenes que le son propias. No solo las ha vivido: al escribir sobre ellas y leernos esas palabras, las ha completado

Y así conocemos una historia de unos jóvenes seguramente no ajenos a la dinámica postsesentayochista, una gente concienciada muy de su época. La aspiración social y el modo de vida que conlleva se conjugan con el relato prototípico de una izquierda que quería encontrar un lugar en el mundo y no sabían bien cómo evolucionar, aquella de quienes hacen un ilusionado viaje al Chile de Allende (una parte sorprendente y con un plus de valor documental), descubren la otra Europa de entonces (Albania, España), despejan sus dudas respecto al sueño londinense o, a pesar de los pesares, satisfacen la curiosidad de conocer Moscú. Al mismo tiempo se asiste a la carrera de François Mitterrand, quien durante los setenta, en calidad de secretario del PS, aboga al principio por un «programa común» con, entre otros, los comunistas y más tarde termina rompiendo la colación cuando sus ambiciones presidenciales hacen pie. Y, mientras, la convivencia familiar, siempre espoleada por viajes y mudanzas, también va mutando: la relación de pareja se resiente y cunde el desencanto; la esposa inicia tímidamente con Los armarios vacíos (1974) su carrera literaria, que al principio compagina con la enseñanza en secundaria, y se activa en ella la progresiva maduración de esa mirada reparadora hacia un pasado y una clase social abandonados en pos de la consolidación del futuro-trampa donde ejerce como un especie de ama de casa moderna.

Con la emoción y la hermosura que se obtiene con un uso natural y sincero de la sencillez, Los años en Super 8 es por tanto un filme que ha tomado un vehículo testimonial y privado muy popular en el siglo XX —cuando todavía las redes sociales no habían impuesto otras dinámicas—, como eran las imágenes caseras, y las transforma en una sustancia destilada desde la experiencia particular que, empero, adquiere también la condición de relato colectivo, pues muchos espectadores de cierta edad (o sus hijos) pueden sentirse identificados. Constituye la manera ejemplar con la que la escritora francesa ha cerrado otro capítulo del relato general de su historia, en este caso acompañado de imágenes que le son propias. No solo las ha vivido: al escribir sobre ellas y leernos esas palabras, las ha completado.