silvia bardelas

Silvia Bardelás: «Se ha banalizado el arte. un producto más en lugar de ser el antiproducto»

«Destiempo, como ese momento que no cuenta para el currículum pero que marca la vida.»

Destiempo (De Conatus, 2021), de la escritora y editora gallega Silvia Bardelás, es literatura en estado puro. Ficción absoluta e incesante que prescinde de los lugares comunes que atraviesan gran parte de la novela actual. Un libro-catalizador que reivindica algunas de las funciones esenciales de la literatura que prevalecieron en Europa hasta finales del siglo XIX, entre ellas, las de ariete crítico de reflexión sobre el mundo en el que vivimos.

Escritura indócil que interroga, imagina otros marcos y arraiga conocimiento sobre cuestiones tan urgentes como la claudicación social derivada de la pérdida de la comunidad, la cohesión y los ritos arrasados o la incomunicación narcisista que va consumiéndolo todo.

«Supongo que estabas tan metido en tu ‘circunstancia’ que no podías pensar en nosotros.»

Quitarnos los cascos para escuchar.

¿Quién es el narrador en Destiempo?

El narrador de Destiempo es un nosotros que se dirige a nosotros. Creo que en mi inconsciente estaba la reivindicación de Walter Benjamin del narrador que hablaba a la comunidad alrededor del fuego. Aparece hablando como un instrumento solista al comienzo de cada escena y después deja que hablen los personajes entre ellos y consigo mismos. Así consigue que los observemos, esa es su intención.

Ira Ferris escribía que «La auténtica diversión literaria empieza justo cuando la historia se escapa al control del autor, cuando empieza a comportarse como un aspersor de jardín y a salpicar en todas las direcciones; y cuando la hierba comienza a crecer no debido a la humedad, sino a causa de la sed que le provoca la fuente de humedad cercana». ¿Has experimentado eso en algún momento durante la escritura de Destiempo?

Me encanta esta descripción del proceso de escritura. No la conocía. La primera escena me chocó muchísimo, pero sabía que ahí estaba toda la novela. Así que empecé a tirar de los personajes y ellos me iban llevando. Creo que lo más importante de escribir, cuando eres consciente de que la imaginación juega el papel fundamental, es tener la paciencia de escuchar y saber leer lo que vas escribiendo. La imaginación es la que manda, pero la razón literaria, digamos, tiene que dirigirla. No es una razón determinante, sino bastante blanda, embebe lo que le ofrece la imaginación y desde la emoción actúa.

La lectura de un buen libro siempre afecta al conocimiento que tenemos de nosotros mismos.

Señalaba Todorov que «La obra literaria provoca un temblor en el sentido, pone en marcha nuestro dispositivo de interpretación simbólica, despierta nuestras capacidades de asociación y produce un movimiento cuyas ondas de choque se prolongan mucho tiempo después del contacto inicial». ¿Estás de acuerdo?

Totalmente. La obra literaria no está para describir lo que ya sabemos sino para mostrar lo que no vemos en nuestra vida cotidiana. En realidad, está para hacernos ver la asociación de acontecimientos que están construyendo nuestro mundo. Eso hace que reconozcamos su efecto en nosotros y que nos haga más conscientes. Creo que eso es el “temblor en el sentido”, el aumento de la consciencia.

¿Puede ayudar la literatura en la construcción de la identidad?

Sin duda es lo que más ayuda porque la lectura de un buen libro siempre afecta al conocimiento que tenemos de nosotros mismos. Descubrimos lo que nos atrae y lo que rechazamos, nos sentimos increpados a abandonar algunas formas de pensar porque en realidad no nos pertenecen y también a ver desde nuevos puntos de vista que sí se acercan a lo que sentimos como “yo”.

Ante la forma de vida tan tecnológica que se avecina, tengo al sensación de que nos vamos a unir de una forma más exquisita que antes.

Las distintas voces de tu novela construyen una voz colectiva que hace más comprensible los miedos y los anhelos de una comunidad. Sobre Destiempo escribes que «me llevaba a interesarme por cómo nos unimos ahora, qué necesitamos para sentirnos inmersos en una comunidad». ¿Qué sustituye, actualmente, a la comunidad? ¿Son, de alguna manera, las redes sociales otro sucedáneo ‘fallido’ de la cohesión comunitaria? ¿Se está convirtiendo el desprecio a la comunidad en una de las patologías del presente?

Ahora que he tenido que hablar más sobre la novela y la he leído desde ahí, me he dado cuenta de un tema fundamental, Mati dice en un momento dado que no pueden hablar de amor porque ya nadie entiende esa palabra y está mal vista. El grupo de mujeres abandona la idea de abrir el corazón buscando discursos más actuales, pero al final, sin amor no hay nada. La comunidad no se puede construir desde una ley o norma, tiene que ser genuina. Y creo que en la construcción del nuevo mundo que nos toca trabajar tenemos que tener en cuenta esto. Hay que sembrar campos pero esperar que den frutos. En aceptar esa espera creo que está el gran cambio. Ante la forma de vida tan tecnológica que se avecina, tengo al sensación de que nos vamos a unir de una forma más exquisita que antes, habrá un rechazo “estético”, entendiendo lo estético como una experiencia profunda de reconocimiento de lo humano, de formas de relación tan burdas. En realidad, lo humano florecerá desde lo estético, es una intuición.

Parece que estamos atrapados en una falta de empatía real porque no llegamos a sentir al otro.

Afirmaba el filósofo Richard Rorty que la literatura no es tanto un remedio para nuestra ignorancia como una cura para nuestro egocentrismo autosuficiente. Algo que llama —agradablemente— la atención es la inexistencia  de la autoconmiseración en los personajes de tu novela, están en las antípodas de aferrarse a ningún tipo de sufrimiento padecido. Algo que parece a contracorriente de buena parte de las ficciones habituales del presente. ¿Está la literatura comportándose como un reflejo de la opinión pública enclaustrándolo todo en etiquetas que nos separan?

Me encantan vuestras preguntas. El personaje principal de Destiempo, creo que es un nosotros, son todos los personajes juntos, pero Mati lleva la acción, con ella empieza todo. Ella siente auténtico asco por la autoconmiseración. De hecho, en cuanto le llega ese sentimiento, inmediatamente empieza a buscar una salida. Lo interesante quizás sea que ella no conocía ese sentimiento y cuando lo tiene, se da cuenta del horror que está viviendo su nieto, que representa a muchas personas en la vida actual. En realidad, Lois no es nihilista, no es melancólico, tiene esa especie de falta de impulso vital que es causa de la incapacidad de salir del yo. Es quizás el mal de nuestro tiempo. Parece que estamos atrapados en una falta de empatía real porque no llegamos a sentir al otro. La empatía generalizada es muy sensiblera, se arregla con una cuota de ONG. Eso me parece terrorífico, la falta de relación entre personas de clase social diferentes, de edades diferentes, de culturas diferentes… Lois es inteligente, sensible, sano y no tiene vida. Estamos muy acostumbrados a esto y si lo miras con distancia es aterrador. Creo que los libros que se publican dirigidos a un sector con unas ideas determinadas, a un público garantizado, mantienen esa falta de relación, que al final termina en falta de empatía generalizada.

No prestamos atención si lo que se nos cuenta no es nuevo. Y lo nuevo no es aleatorio, está en la realidad.

Una parte —cada vez mayor— del ámbito editorial parece supeditado a las inercias rentables que granjean algunas tendencias, ¿quedarían, bajo esa circunstancia, desplazadas obras narrativas de calidad menos ‘vendibles’? ¿Se nos está escapando buena literatura por ignorar los márgenes?

La falta de libertad generalizada que hay en nuestra sociedad donde se ve más claramente es en el arte. Se imponen gustos y formas de pensamiento que se convierten en lo vendible. Si hubiera un discurso sobre el arte más abierto, el de descubrir y no dar cuenta de lo que hay a primera vista, entonces las editoriales buscarían textos que nos desconcertaran y no que alimentaran nuestras posiciones ideológicas. Se ha banalizado el arte. Es un producto más en lugar de ser el antiproducto. La novela, por ejemplo, siempre ha actuado como crítica social y ahora mismo, en general, se publican obras que funcionan desde un pensamiento previamente aceptado por grupos con cierto poder social. Esos grupos no son malos en sí mismos, pero la literatura siempre tiene que estar por encima, observando, matizando, encontrando vacíos…

¿Qué buscas en una obra literaria?

Un punto de vista sobre la realidad al que yo nunca habría llegado. Esa es la salida del yo, eso es escuchar. No prestamos atención si lo que se nos cuentan no es nuevo. Y lo nuevo no es aleatorio, está en la realidad.

¿Qué puede aportar la literatura y el criterio literario en etapas formativas tempranas?

Hay que enseñar en los colegios Creación Literaria y no nombres de autores y de obras. Igual que se enseña música o pintura, se tiene que enseñar a escribir. Es la mejor manera de aprender a leer. En ese proceso, el niño siente, la literatura aparece desde el lado emocional ocupando un espacio artístico reconocible, insustituible.

Cada obra de arte literaria crea una emoción nueva y al final te quedas con una llave más para ver la realidad. Es curioso cómo somos incapaces de poner nombre a esas emociones y necesitamos un libro entero para crearlas.

¿Qué libros sueles recomendar en los cursos que impartes de escritura creativa?

Siempre trabajo con clásicos porque en ellos hay recursos narrativos que inventa el autor y que ayudan a ver cómo se puede crear una experiencia en el lector. Alguna vez también recomiendo libros más actuales porque tienen algo especial, una forma de utilizar el lenguaje, el narrador o el diálogo que sirve para lo mismo.

¿Debe la lectura exigir disciplina y esfuerzo como afirmaba en una entrevista el escritor estadounidense David Foster Wallace?

Yo no lo llamaría disciplina, pero sí cierto esfuerzo, más bien concentración. Un buen autor es aquel que tiene un estilo propio y exige al lector que abandone su zona de confort y se meta en esa nueva forma de ver el mundo que le ofrece el narrador. Sin eso no hay literatura, porque cuando leemos, estamos deseando cambiar de mundo, digamos. La literatura se parece bastante a los sueños, que siempre nos sorprenden. Muchas veces estoy deseando dormir para entrar en un mundo nuevo, distinto completamente del que tengo. La lectura es eso. Lo importante es descubrir una emoción nueva. Las emociones están infravaloradas, pero son llaves para abrir el cerebro, para ver desde otra perspectiva. Cada obra de arte literaria crea una emoción nueva y al final te quedas con una llave más para ver la realidad. Es curioso cómo somos incapaces de poner nombre a esas emociones y necesitamos un libro entero para crearlas.

¿Qué faceta te produce más satisfacción en tu tarea de editora en la editorial De Conatus?

Por supuesto sacar adelante buenos libros. Primero encontrarlos, después producirlos y por último darlos a conocer. Es algo maravilloso pensar que tienes la posibilidad de dar al mundo un texto que ofrece un punto de vista interesante sobre lo que nos pasa o lo que puede que estemos haciendo aquí, una llave más para aumentar nuestra consciencia y sensibilidad. En realidad, desde De Conatus, Beatriz y yo valoramos la literatura como algo apasionante y creemos que esa dimensión se ha olvidado.

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