Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles
Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles

Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles

Una invitación bruselense

Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles (Chantal Akerman, 1975)

Al finalizar la temporada cinéfila de 2022, Sight and Sound publicó la nueva lista de las 100 mejores películas de todos los tiempos, una encuesta que, desde 1952, la revista elabora cada diez años, y, para no desentonar con unos tiempos en los que se polemiza a menudo por nimiedades (y después se obvian cuestiones graves), se alzó un coro de voces quejosas debido al título que figuraba en primer lugar. Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975), dirigida por la cineasta belga Chantal Akerman (1950-2015), ha llegado al puesto que ocupaba Vértigo (1958) desde 2012, que a su vez se había impuesto a la única ganadora de las cinco votaciones anteriores, Ciudadano Kane (1941). Lo peor de la discusión desatada se debía a que, en gran medida, quedaba circunscrita al ámbito de las guerras culturales contemporáneas, unos debates ya de por sí bastante poco estimulantes. Además, los cánones es lo que tienen, que resultan dogmáticos por definición.

la atrevida apuesta de Akerman consiste en narrar precisamente los tiempos muertos que suelen quedar «fuera de las películas»

Como cabría plantearse y aceptar de entrada que no existe, ¡oh, sorpresa!, la mejor película del mundo —¿existen el mejor cuadro, la mejor poesía y el mejor edificio?—, o que en cualquier caso sería una elección íntima y personal de cada uno, entretenerse con la lectura de un listado así ofrece estupendas invitaciones: a explorar y a valorar las reivindicaciones que hacen otros, a descubrir y a repensar; en definitiva, a aprender. ¿Cumple este objetivo la encuesta realizada por la publicación británica? En parte sí y en parte no. Dentro de los aspectos cuestionables tendríamos el evidentísimo hecho de que se nos ofrece una perspectiva demasiado anglosajona y francesa pese a que Sight and Sound haya abierto la participación a 1639 personas entre cineastas, críticos, programadores, profesores universitarios y archiveros de todo el mundo. Ni cine hispanoamericano ni una contextualización adecuada del vasto campo que depara el cine asiático; tampoco un mínimo intento por evitar el sota, caballo y rey cuando se ve cine italiano.

Asimismo, sorprende el poquísimo rigor en ciertas inclusiones —la presencia de Claire Denis en séptimo lugar o de títulos que no han pasado la prueba del tiempo, como Parásitos o Moonlight— y una excesiva repetición de nombres propios que neutralizan un poco el acicate para que la gente abra el abanico de posibilidades y pierda el miedo a adentrarse en un gozoso laberinto. Más revelador e instructivo, por cierto, resulta echar un vistazo a la lista completa de 225 cintas para comprobar, entre otras señales, cómo cambian ciertas apreciaciones generales y dinámicas analíticas. Duele constatar que Luis Buñuel, Howard Hawks o Ernest Lubitsch no cruzaron la línea de las cien primeras referencias.

Por el contrario, dentro de los aspectos positivos destaca el buen puñado de pistas y perspectivas muy sugerentes que, con todo, se proponen. Y, claro, el principal es el acto de justicia de poner en valor la dimensión artística de Akerman, sobre todo entre un público más amplio. Pese a que hubo comentaristas rancietes que declararon no haber escuchado jamás ese nombre, lo cierto es que la cineasta destacó ya desde los años setenta, eso sí, sobre todo dentro de círculos cineclubistas. He aquí una virtud que agradecer a la lista, el acercamiento a los «otros cines», a las otras maneras de entender el hecho cinematográfico, de las cuales la belga figura como representante ineludible. Su filmografía traza, de hecho, un muy sorprendente y meritorio arco de modalidades. Este va desde el experimentalismo más radical hasta la narrativa al uso, desde el contumaz autorretrato fílmico hasta la concepción libérrima del documental, desde la férrea exigencia que se le exige al espectador en ciertos casos hasta una «accesibilidad» que jamás sacrifica la elocuencia, desde la concepción de lo audiovisual como experiencia en sala hasta su consecuente entrada en los museos como videoarte.

el filme habla de la alienación y del recurso al orden doméstico como tabla de salvación cuando las mujeres se ven abocadas al naufragio existencial

Dentro de esta baraja, daría para otro debate establecer si Jeanne Dielman es la mejor carta, pero resultar difícil negar su perfecta condición representativa como puerta de entrada en la obra de la bruselense. Por concepto, riesgo y resultado. La premisa argumental es sencilla: vamos a asistir ni más ni menos a cómo transcurren tres días en la vida de un ama de casa viuda que vive con su hijo, relatándosenos la repetición sistemática de sus quehaceres en casa, entre silencios y soledades, incluidos los momentos en que se prostituye, también en silencio y también como actividad mecánica equiparable a desayunar o poner la mesa. Después, la forma en que se articula el relato parece bastante clara y sin aparente complejidad, pues se basa en largos planos secuencias que nos muestran a la señora realizando las mismas acciones un día y otro y otro. Para acabar, el discurso parece evidente: desde un prisma feminista, el filme habla de la alienación y del recurso al orden doméstico como tabla de salvación cuando las mujeres se ven abocadas al naufragio existencial.

Tan sencillo y tan complejo al mismo tiempo. Todo durante 200 minutos. Habrá quien legítimamente se pregunte si con menos metraje se podría haber expresado lo mismo igual de bien. Haciendo una comparación artística, es posible responder que varias óperas alcanzan una duración similar, una argumentación que asimismo admitiría como réplica que una ópera funciona como un saco donde caben muchas melodías, ritmos y tempos, una pluralidad de sensaciones que no se encuentran en esta propuesta fílmica… ¿o acaso sí? Por un lado, conviene subrayar que la atrevida apuesta de Akerman consiste en narrar precisamente los tiempos muertos que suelen quedar «fuera de las películas», así como lo que contienen las elipsis, con lo que esto tiene además de analogía con el mundo real: el papel cotidiano de las mujeres queda con frecuencia «fuera de la historia». En los descartes puede haber igualmente relato, y esta cinta lo demuestra.

Por otro lado, redoblando la audacia creadora, la modulación de dicho relato se efectúa de manera casi imperceptible, porque la sucesión de monotonías presenta muchos pequeños matices según transcurren los minutos hasta generar suspense y la sombra de un peligro que va acentuándose. Akerman no emplea tres horas y media por capricho, sino que quiere conducir desde el inicio al espectador hacia un punto culminante. Y a este respecto conviene resaltar el concienzudo trabajo actoral de la francesa Delphine Seyring (El año pasado en Marienbad, India Song), quien apuntala con bravura la propuesta de la directora.

Al espectador que entre por primera vez en este apartamento bruselense tan triste y desolado no tiene por qué gustarle Jeanne Dielman porque sí o porque lo dicte el juicio que establecen «los que saben»; no se le exige que rebata o apoye la afirmaciones de que el largometraje está «por encima» o «por debajo» de El padrino, Cuentos de Tokio o cualquier otro. Lo mejor es que se adentre en esa casa sin expectativas ni prejuicios. Y que vea qué pasa. Que vea y que mire. Simple y llanamente, el señalamiento de Sight and Sound le ofrece una invitación que desde estas líneas animamos a aceptar. Con que se le active el sentido de aventura y curiosidad delante de una pantalla ya habrá merecido mucho la pena.