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Miguel Ángel Muñoz: «La literatura como forma de diálogo»

Aposento (La Navaja Suiza, 2021) del narrador y ensayista Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970) es un libro grato, inaudito y brillante, escrito con un respeto poco frecuente en el panorama actual. Mediante un planteamiento narrativo que entremezcla el ‘ensayo’, el diálogo y la novela, recorre la figura de la escritora Mercedes Soriano, autora injustamente olvidada durante estos años y una de las mejores voces de su generación.

Aposento contiene muchos libros, pone en marcha una cadena de transmisión de afinidades literarias, traza líneas comunes, explora formas heterodoxas en la manera de encarar el éxito, componiendo, como resultado, un estimulante mapa literario lleno de sentido que renueva desde la reflexión la fe en la literatura.

Miguel Ángel Muñoz es, a su vez, uno de los grandes exponentes de la narración breve, autor de libros importantes como El síndrome Chéjov (2006), Quédate donde estás (2009) o La familia del aire (2011) publicados todos ellos en Páginas de Espuma.

A sabiendas de lo arriesgado de dirimir qué libros deberían formar parte de ‘los imprescindibles’, éste, sin duda, debería estar entre ellos por diferentes motivos; calidad, destreza con la experimentación de distintas formas narrativas, justicia con Mercedes Soriano y la literatura honesta que no obedece al señuelo facilón de la gloria.

¿Cómo surgió Aposento? ¿Cuál fue el ‘detonante’?

La idea central de la novela estaba clara desde hace muchos años, cuando descubro hace veinte años que una escritora, Mercedes Soriano, ha muerto en Almería, lugar al que ella se había apartado a vivir y donde, aparentemente, había dejado de publicar y tal vez de escribir. El periódico en el que ella se había hecho conocida y para el que había escrito crónicas y columnas, El País, había tardado cuatro días en hacerse eco de su muerte. Ahí me parecía que había una metáfora del apartamiento y de la rapidez del olvido. Apenas se apartó de un camino obvio, fue inmediatamente borrada y su obra cayó en el olvido con una rapidez pasmosa. Por otro lado, para mí había otro elemento muy interesante sobre el que reflexionar: ¿qué punto de encuentro, de entendimiento, podía haber entre aquellos que viven en un lugar apartado que los limita y aquellos que buscan ese mismo lugar apartado para crear en libertad? A partir de ahí, la novela investiga todo eso. 

Tengo que aclarar que mi novela no es un ensayo, ni mucho menos una biografía sobre Mercedes Soriano. Pretendí que el armazón argumental de la novela fuera, precisamente, el diálogo con una voz acallada, desde el punto narrativo de otro escritor. Quería saber desde la ignorancia pero sin llegar a saberlo todo, sino aquello que realmente me hiciera entender a esa escritora, que es el gran personaje oculto de la novela, pero de paso también, autobiográficamente, que el narrador se entendiera a sí mismo.  

¿Dónde situarías el punto de inflexión del olvido de Mercedes Soriano por parte de los medios de comunicación? ¿Por qué nadie escribe sobre Mercedes Soriano?

Mercedes Soriano es un ejemplo, pero solo uno, de la rapidez con la que se extiende el olvido en España. Somos muy dados a ensalzar nombres que acaban de aparecer y de los que nadie apenas hablaba hace unos años, pese a tener una obra larga. Eso pasó en España la primera vez que se publicó en Versal a Pascal Quignard o Patrick Modiano. Nadie se enteró. Otro ejemplo son autores como Kallifatides o Annie Arnaux, más que ancianos, y de los que todo el mundo habla ahora en redes como imprescindibles, como si hubiesen estado ahí siempre, cuando en realidad nos hemos dado cuenta de que existen hace muy pocos años, pese a tener una obra larga. 

Lo contrario también pasa: una escritora como Soriano, o como otros de su generación, dejan de escribir unos pocos años y parece que nunca estuvieron ahí, que sus obras no han dejado ningún poso o influencia. En el caso concreto de Soriano, supongo que ella ejerció con autenticidad una manera directa, quizás áspera, de decir las cosas a su alrededor, y eso ayudó a que, una vez automarginada en el Cabo de Gata, todo lo suyo se desvaneció con rapidez. 

Necesitamos ese tipo de discursos, por mucho que molesten a algunos

El último capítulo de Contra vosotros es un trallazo inaudito de honestidad, un cisne negro y feroz dentro del panorama literario español que recuerda a las mejores páginas de su admirado Thomas Bernhard; una esclarecedora diatriba contra la cobardía de algunos aduladores, que se adaptan y callan para ascender en el escalafón social y formar parte de la retroalimentación del manoseo público. En esa voz que encarna la voz de ‘Nadie’, la autora lanza una pregunta «¿Es que os asustan el ostracismo o la indiferencia?». ¿Falta honestidad en los entornos literarios? ¿Es solo una cuestión de supervivencia?

Creo que lo has definido muy bien. El estilo de ese monólogo final tiene ecos de Bernhard y de Goytisolo, es acusatorio y define muy bien el carácter y la postura moral de su autora. Ella era en el fondo una moralista que empieza a publicar en una época en la que la actitud moral pasa a un segundo plano. Por primera vez en décadas, la literatura a finales de los ochenta y los noventa es ensalzada, admitida como parte del paisaje cultural de aquellos años, siempre que no enfrentara determinados temas, que estaban a la vista de todos los que quisieran ver. Las pequeñas corrupciones se vuelven grandes y el proyecto democrático se degrada, pero los autores, en general, comprenden cuál es su lugar. Y callan. Soriano no se calló y analizó en sus novelas el modo en que sus compañeros generacionales se adaptaron con una facilidad pasmosa a ese nuevo mundo, pagando el tributo de la complacencia. Por eso, de un modo coherente, ella luchó, equivocadamente o no, por encarnar esa autenticidad vital que sus libros ya anuncian, y dio un portazo a todo. Como si entendiera que era imposible esperar una reacción de los que veían y callaban. 

Hay que entender lo que fueron aquellos años para captar toda la dimensión del discurso de sus novelas, pero más allá de aquel tiempo, el discurso literario de sus novelas es potente y lo trasciende. Muchos lectores entenderán perfectamente el discurso de Contra vosotros, adaptado al presente. Necesitamos ese tipo de discursos, por mucho que molesten a algunos. Si lo que dice Soriano en Contra vosotros no molestara aún a los que defienden, sin reconocerlo, un discurso único, la reedición de su novela, treinta años después de su publicación, habría tenido una repercusión mayor. 

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Cubierta. Ilustración de Pablo Monforte

Por Aposento transitan Robert Walser, Emily Dickinson, Bernhard o Pessoa, grandes autores que tampoco llegaron a encajar en los circuitos literarios de moda de su época, renuentes siempre a mimetizarse con el paisaje social más favorecedor, frecuentadores del ‘gesto radical’. ¿Puede funcionar apartarse de las tendencias socioliterarias imperantes del momento, no querer estar en el centro de las fiestas, estar fuera de foco, como un estímulo para la escritura?

Uno de los temas que atraviesan el libro es la necesidad de la desaparición como un modo de vida que permite mejor el entendimiento de la vida, para traducirla en literatura. Esa opción parte, desde luego, de un desencaje con el modo en que funciona el sistema literario, el único, por otro lado, que conecta al escritor con sus posibles lectores. Es muy fácil apreciar la lucha feroz por la visibilidad entre centenares de autores que publican al año. En esa lucha se van unas energías enormes. Los que no vivimos de la literatura, y vivimos en la periferia más absoluta, podemos permitirnos hacer lo que queramos, sin seguir obligatoriamente un camino, aunque el camino entonces se llene de niebla, porque no estamos dispuestos a dedicar un tiempo precioso a pelear para encontrar el hueco. Paradójicamente, hay quien se dedica por completo a la literatura y dedica una jornada laboral no a escribir, sino a darle forma al agujero. 

En Aposento había un diálogo con Soriano, pero a lo largo de la escritura de la novela aparecían otros autores, como los que nombras, que abundaban en esa idea del enfrentamiento con la literatura desde cierto silencio, ya vital o literario. Su lectura invita a persistir en el gesto, en mirar hacia otro lado, pero al fin y al cabo, como va descubriendo el personaje de la novela, de lo que se trata es de encontrar tu lugar, tu espacio propio. De ahí el título. Y, desde luego, ese espacio de reencuentro con lo más auténtico puede aparecer en el Cabo de Gata o en la Gran Vía. La desaparición, el escondite, no aseguran nada, pero le da un sentido a la tarea de escribir que algunos necesitamos para seguir con la tarea. 

¿Qué te ha llamado más la atención del universo literario de Mercedes Soriano?

Es una literatura que debate consigo misma. No solo con la autora, con las ideas de la escritora, sino con el discurso verbal de sus propios libros. Hay ahí una dialéctica estimulante y poderosa, con la que a veces no estás de acuerdo, pero que te incluye en su propio debate. De ahí parte uno de los elementos que yo quería que fueran esenciales en Aposento: la literatura como forma de diálogo, más allá del silencio del interlocutor, sea este una escritora muerta hace veinte años o un lector con el que hablas a través de las palabras de tus libros. Es la actitud de autores como Vila-Matas, Bernhard, Handke o Perec, quizás el autor que más me ha influido en la novela. 

En la primera novela de Soriano, Historia de No, un personaje debate la conveniencia de largarse desde Madrid a la costa y apartarse allí de todo. De hecho emprende un viaje hacia Almería, mucho antes de que ella se viniera aquí. Es como si ese discurso literario fuera creando la realidad, estableciendo los límites. Y esa actitud literaria me parece fascinante. Me identifico mucho con ella.  

De lo que se trata es de encontrar tu lugar, tu espacio propio. De ahí el título.

En el 89, en una entrevista con Luis Algorri, Mercedes Soriano opinaba que «Yo creo que la misión de la literatura es conmocionar. Conmoverte. No divertir, porque para eso te vas a tomar una copa o pones el vídeo. Se trata de que te pasen otras cosas. De que leas algo y digas: Dios mío, esta mierda soy yo… Eso es lo que ocurre con la buena literatura». ¿Compartes esa idea de la conmoción? ¿Con qué libros te ha ocurrido algo parecido?

La comparto absolutamente. A pesar de que la edad te contagia con su escepticismo, que por otro lado es muy saludable, para mí la literatura es el gozo absoluto del temblor. La capacidad de sentir que lo que ocurre dentro de ese libro que lees es uno de los posibles mundos alternativos que laten dentro de nosotros. Dentro de los grandes libros podemos vivir por adelantado guerras que pensábamos que nunca volveríamos a ver en Europa, o podemos entender las transformaciones que hay detrás de los momentos desgraciados. No me interesa tanto, por la dichosa imposibilidad de leerlo todo, la literatura argumental, la que nos lleva de su mano, sino la que pelea contigo, la que te noquea. Aunque luego leemos de todo, claro. Sería imposible vivir en un estado continuo de conmoción literaria. 

Por nombrar algunos libros, algo así me pasó con los cuentos de Borges, con la autobiografía de Bernhard, con Madame Bovary o El corazón de las tinieblas, pero también con La isla del tesoro, el gran libro de las otras aventuras posibles, o Las Confesiones de Rousseau. 

En cierta medida, —y pecando, tal vez, de reduccionismo—, Mercedes Soriano se atrevió a distanciarse del éxito. Decía Francisco Umbral en Un ser de lejanías que el éxito está vacío. ¿Qué es para ti el éxito en esto de la literatura? ¿Es determinante para seguir escribiendo?

Que autores como Umbral, que persiguieron y vivieron en el éxito, afirmaran eso, dice más de los escritores que del éxito. El éxito es una idea cambiante. La aventura personal de Soriano demuestra la banalidad del éxito. Una escritora que había publicado en la Alfaguara de los noventa y El País, lo que no era cualquier cosa, fue recordada levemente en un obituario de El País, a los cuatro día de su muerte, y rápidamente entregada al olvido. Dudo que en El País y la Alfaguara de hoy alguien recuerde quien fue Mercedes Soriano y lo importante que fue para ellos en aquella época. 

El éxito es una idea cambiante. La aventura personal de Soriano demuestra la banalidad del éxito

Lo que te mueve a seguir escribiendo es permitir que el diálogo continúe, con tus libros anteriores y con tus lectores nuevos, esos que vas encontrando lentamente. A mí me parece imprescindible tener interlocutores, aunque sean pocos. Aposento trata sobre el diálogo, desde la segunda persona con la que el personaje habla con la escritora, a la primera con la que habla consigo mismo. No nos vamos a engañar, un músico necesita a personas que escuchen su música. Un escritor también. 

Has escrito varios libros de relatos, entre ellos La familia del aire (Páginas de Espuma, 2011), en el que reuniste una treintena de entrevistas a grandes escritores de relatos del panorama español que habían ido apareciendo en tu blog. ¿A qué es debido que en algunos ámbitos aún sea incomprensiblemente considerado un ‘género literario menor’? ¿Cuáles son sus referentes en este género?

Ese libro de entrevistas funciona como una especie de compendio técnico del modo en que esos escritores afrontan la escritura del relato. A los que escribimos cuentos nos encanta reflexionar sobre las interioridades del género, porque es un trabajo de orfebrería, que requiere de una precisión técnica que, por otro lado, el lector no tiene que notar. Después de leer mucho cuento y de publicar tres libros de relatos en Páginas de Espuma, además del que mencionas de entrevistas, después de escribir también numerosas críticas y reseñas sobre el género, no tengo claro que sea considerado un género menor. Aquellos que lo leemos con deleite no pensamos eso. Se identifica género menor con género poco leído. Siempre he pensado que el cuento necesita lectores para que sea leído con naturalidad. Eso no ha llegado, pese a ciertas excepciones. Pero tampoco pasa nada, porque ¿qué género, además de la novela, es leído masivamente? 

Pocos leen filosofía o poesía o ensayos de arte, pero no por eso pensamos que son géneros menores. Muchas veces pensamos que el cuento es una novela que ha embebido y por eso lo vemos con cierta condescendencia. No. Como la filosofía, la estética o la poesía, el relato es un género grande, enorme, lo lean muchos o pocos. 

Muchos escritores de cuentos me han influido y los he leído con pasión. Chéjov, Borges, Katherine Mansfield, Cheever, Juan Eduardo Zúñiga, por decir algunos. Y de los que leí estos últimos años me hicieron muy feliz El encaje roto, de Emilia Pardo Bazán y La maleta, de Serguéi Dovlátov, modernísimos los dos.

Para mí la literatura es el gozo absoluto del temblor

Aposento puede leerse también como una propuesta reflexiva sobre la escritura, ¿qué has aprendido mientras lo escribías? ¿con qué parte del proceso de escritura de un libro sueles disfrutar más?

En cierto modo la historia de Aposento es la historia de su escritura. La estructura de la novela sigue la peripecia de construcción de un libro, desde el vacío inicial y la búsqueda del tema hasta el desarrollo de la idea y la constante elección entre numerosos desvíos. Así el libro encarna lo que más me hace disfrutar en la escritura, que es el tiempo que dedicas a dar forma a lo que cuentas. Sabes que entre las posibilidades casi infinitas que hay de narrar algo solo puedes elegir un modo. Una opción entre miles. Eso es maravilloso, ir a tientas y fantasear con que has logrado acercarte un poco al modo ideal. 

El aprendizaje más grande que me ha dado Aposento es descubrir que la literatura me sigue pareciendo algo maravilloso. Lo sabía desde que empecé a escribir, así que al cabo es un aprendizaje bastante nimio, pero muy importante. 

¿Qué proyecto literario tienes entre manos?

Estoy en una de esas épocas por las que la vida te obliga a pasar de vez en cuando en la que no puedes escribir, ni tampoco leer. Así que es un tiempo perfecto para fantasear con lo que escribiré apenas pase este tiempo y llegue el momento de volver a escribir.