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Azahara Palomeque: «Digámoslo claro: el American Dream es una gran mentira, abominable»

Azahara Palomeque es escritora, poeta, periodista y doctora por la universidad de Princeton. Realizó su tesis sobre el exilio republicano español. Nació en el sur, pero tuvo que salir de España a los 23 años en plena eclosión de la crisis. Compagina la docencia, la escritura, la traducción y la investigación cultural.

Sus crónicas desgarradoras de la gran pesadilla americana se han vuelto ya imprescindibles. Desde el exilio nos lanza artículos y nueva información diaria analizando la gran herida americana, crónicas diagnósticas que nos avisan de la deriva que puede adoptar el resto del mundo si sucumbe al neoliberalismo más salvaje y a su campo de minas.

Su poesía ha sido galardonada en diversos certaìmenes literarios, publicada en revistas culturales e incluida en diversas antologías. Su último libro ‘Año 9. Crónicas catastróficas en la era Trump‘, es un valioso documento escrito desde su experiencia personal en el que deja al descubierto el desastre social imparable en el que se está convirtiendo Estados Unidos.

El lenguaje también es política y para que sea efectivo exige formación y compromiso. Algo que Azahara Palomeque conoce y ejecuta a la perfección.

Emigraste durante la crisis del 2008, ¿qué sentimientos/emociones tuvieron más influencia en la toma de esa decisión?

Lo curioso es que yo no sabía que emigraba cuando estaba ocurriendo. En principio, me surgió la oportunidad de venir a Estados Unidos a hacer un Máster con una beca y me pareció una buena forma de escapar momentáneamente de la precariedad. Empecé a adquirir conciencia de que era inmigrante a partir de 2011, cuando ya llevaba dos años en Estados Unidos y al ver que la situación en España iba a peor –recordemos que en aquellos años había un desempleo juvenil del 50%–.

No creo que haya sido del todo una decisión, sino más bien una mezcla de azar histórico y de unas circunstancias económicas y políticas concretas. Crecí en un ambiente humilde y siempre tuve claro que debía sacarme las castañas del fuego sola. Mudarme a Estados Unidos fue un acto de supervivencia; me preguntáis por sentimientos y os podría decir orgullo, pero detrás de eso hay una necesidad económica muy fuerte.

Escribía Cernuda que las ciudades y los países, si tienen algo que decirnos requieren un espacio de tiempo nada más, que pasado este tiempo nos cansan, y que solo si ese diálogo quedó interrumpido podemos desear volver a ellas. ¿Qué te sugiere esa reflexión?

Estoy de acuerdo con esa relación dialéctica que establece Cernuda: no es sólo lo que las ciudades nos digan, la clave está en ese diálogo entre nosotros y ellas, para lo cual tiene que existir una disposición en el humano, una necesidad de conversar. Yo he perdido esa disposición. Todas las ciudades me parecen iguales, me disgusta la sobreexplotación turística y siempre me dio miedo la aventura. Por otra parte, estoy agotada de ser extranjera. No tengo la intención de descubrir más territorios que los que vaya leyendo.

Me crea un desasosiego insoportable formar parte de un entramado que provoca tanta injusticia.

Tras más de una década en Estados Unidos, ¿piensas en volver?,¿a qué te gustaría volver?

Pienso en volver constantemente. Cada vez que hay un tiroteo, cada vez que me acuerdo de que con mis impuestos se finanzan guerras en Oriente Medio, cuando asesinan impunemente a un negro o cuando alguien muere o se arruina fruto de la perversidad del sistema sanitario, es decir, a diario. Me crea un desasosiego insoportable formar parte de un entramado que provoca tanta injusticia.

Siendo idealistas, me gustaría instalarme en mi pueblo, Castro del Río (en Córdoba), estar cerca de los míos, que el inglés deje de colonizarme la mente, comprarme una casa con un huerto y vivir tranquila rodeada de libros, tomates y geranios. Mi ideal de retorno se parece mucho a la austeridad de la que hablaba Julio Anguita, que en nada tiene que ver con la implantada por la Troika: vida sencilla, con las necesidades básicas cubiertas, sin consumir en exceso. He de decir que para llegar a ese punto hace falta salir de la pobreza, que la austeridad sea una opción y no una imposición, de lo contrario caeríamos en un romanticismo falaz.

El escritor polaco Adam Zagajewski ha vuelto a su país natal después de largas décadas de exilio en Francia y Estados Unidos. Uno de sus versos dice:«La poesía es un camino real/que nos lleva hasta lo más lejos».¿Puede la poesía hacer más soportables algunas dificultades vitales?

La poesía me ha ayudado a soportar épocas muy duras, pero no creo que se trate de un ejercicio meramente catártico o soteriológico. La poesía también amplía ese dolor fingido que de veras se siente, como diría Pessoa, al explorarlo a través de la palabra. Por otra parte, se trata de un género que permite explotar la imaginación y llevarla al límite, extenuar el lenguaje y cuestionar sus significados, y establecer una relación contigo misma de honestidad total y conexión espiritual. Yo soy atea, pero creo que la poesía se acerca mucho a la religión y me alegro de haber encontrado esa forma de trascender lo mundano a través del verso, también como lectora. Como véis, soy una atea un poco mística (risas).

El tema de tu tesis doctoral fue el exilio republicano español. ¿Crees que es un tema suficientemente divulgado en nuestro país?

Desde el auge de la Memoria Histórica, a partir de los 2000, se le está prestando más atención a este tema tanto en España como en los círculos académicos extranjeros. Por ejemplo, en España tenemos GEXEL, el Grupo de Estudios del Exilio Literario, y críticos de la talla de Mario Martín Gijón; en Estados Unidos Sebastiaan Faber ha hecho un trabajo magnífico. Sin embargo, sigue siendo cierto el olvido del que se quejaba Max Aub en La Gallina Ciega: nadie va a una librería y pide la última edición de este diario, por ejemplo.

Además, dentro del exilio se produjo el engrandecimiento de ciertos escritores y otros, por falta de capital económico, cultural, etc., se quedaron en los márgenes. Hay exiliados estrella, como Rafael Alberti, y otros que apenas se conocen, como Eugenio Granell, cuya obra es imprescindible. Yo trabajé con ediciones de los años 30 y 40 que no se han vuelto a publicar. En general, los cánones literarios siguen siendo nacionales y quienes vivimos a caballo entre países y lenguas solemos caernos por las grietas, como se dice en inglés.

Samuel Beckett se pasó al francés para poder sentirse extraño al lenguaje que empleaba y evitar así toda pretensión artística para acceder a un grado ‘más genuino’ de escritura, ¿qué nos podrías contar de ese extrañamiento al escribir en una lengua no materna?

Es admirable que Beckett tomara esa decisión, pero a la hora de ponerte a escribir, y a mí me ocurre hasta en español, es una pesadilla. Se ha demostrado que cuando hablas varias lenguas éstas compiten entre sí para salir al exterior, así que la escritura se convierte en una guerra neuronal. Además de la toma de decisiones que implica elegir una palabra frente a otra, debes batallar con los distintos idiomas, cada uno de ellos con su carga afectiva y sus códigos culturales. Mi experiencia es una escritura interrumpida, llena de baches, que implica también ir traduciendo al mismo tiempo; es como caminar por un campo de minas.

Sueño americano o pesadilla americana, ¿o simplemente depende de para quién?

Hay que empezar por cuestionar ese “sueño”, que no es otra cosa que la creencia de que tú solo, por tus propios medios, eres capaz de alcanzar un alto nivel de vida que se traduce en términos económicos. Eso presupone que las condiciones para que esa movilidad social se produzcan están ahí, listas para ser usadas, lo cual no es cierto porque Estados Unidos es uno de los países donde la desigualdad social es mayor y prácticamente no hay estado del bienestar.

Digámoslo claro: el American Dream es una gran mentira, abominable.

Podemos criticar esa falta de oportunidades, pero también el individualismo atroz que implica este mito, y recordemos que ese individualismo es lo que provoca que, si fracasas, te culpes a ti mismo. Así que es más bien pesadilla. Incluso si las cosas te van más o menos bien, una factura médica puede conducirte a la bancarrota, como le ocurre a más de medio millón de personas al año. Otro apunte: el sueño americano tampoco lo es para la mayoría de los ricos, puesto que el mito implica que empiezas desde abajo y asciendes en la escala social, y muchos de ellos ya nacieron con todos los recursos. Digámoslo claro: el American Dream es una gran mentira, abominable.

Creo que para que el neoliberalismo más atroz deje de expandirse necesitamos llegar a ese grado máximo de madurez, abrazar el civismo, y eso se consigue a través de la educación.

Tus crónicas desgarradoras de la vida en los Estados Unidos desmenuzan una realidad que desmiente por completo la forma de vida idealizada que nos llega a través de los productos audiovisuales y los medios de comunicación. Cuentas lo que está debajo de la alfombra. Describes lo que realmente es esa alfombra. Maltrato institucional, servicios públicos colapsados o inexistentes, ilusiones de vidas emancipadas devastadas, aumento de las armas de fuego, racismo desmesurado. Es decir, la ferocidad neoliberal recrudecida en su máxima expresión. ¿Qué tendría que ocurrir para que ese modelo deje de extenderse por el mundo?

Recuerdo que mi profesor de Ética del instituto nos explicó una vez que el máximo grado de madurez humana sólo lo alcanzaban quienes conseguían transcender el individualismo y preocuparse por los otros; es decir, la madurez suprema se encontraría en una actitud cívica. Que te importe lo que le ocurre a tu familia, pero también al pueblo sirio y a los inmigrantes detenidos en la frontera con México, y que te importe al mismo nivel que tu propia vida.

Hace falta mejorar los sistemas de educación pública y facilitar el acceso masivo, pero quiero ir más allá: estoy hablando de hacer pedagogía ciudadana, de continuar aprendiendo hasta que el cuerpo aguante.

Creo que para que el neoliberalismo más atroz deje de expandirse necesitamos llegar a ese grado máximo de madurez, abrazar el civismo, y eso se consigue a través de la educación. Hace falta mejorar los sistemas de educación pública y facilitar el acceso masivo, pero quiero ir más allá: estoy hablando de hacer pedagogía ciudadana, de continuar aprendiendo hasta que el cuerpo aguante. Y, claro, con eso, votar juiciosamente, salir a las calles, desmontar estructuras económicas que están hechas para que siempre ganen los mismos.

¿A qué crees que es debido que en un occidente atiborrado de psicofármacos nos vendan tan machaconamente las virtudes del pensamiento positivo? ¿Es un desmovilizador de necesarias luchas colectivas?

En un universo tan individualizado –y volvemos al neoliberalismo– los problemas sociales se entienden como malestares personales, y se medicalizan, lo cual contribuye al enriquecimiento de las grandes compañías farmacéuticas, pero también de los complejos hospitalarios, los seguros médicos, etc., en el caso de Estados Unidos hay toda una industria interesada en que internalicemos los defectos del sistema y los asumamos como fallos propios. Por otra parte, es mucho más fácil tomarse una pastilla que investigar los causantes socio-económicos de ese malestar e intentar erradicarlos precisamente cuando se está más débil. Por supuesto que desmoviliza las luchas colectivas, es más, las anula.

Por ejemplo, el psiquiatra estadounidense Allen Frances explica cómo muchos padres insisten en que a sus hijos se les diagnostiquen enfermedades mentales para que los asignen a un grupo especial en el colegio y puedan recibir la atención que merecen: es decir, palian con psicofármacos lo que es un defecto de la educación pública: la masificación de las aulas. No sólo no se resuelve el problema, sino que se crean ciudadanos victimizados, culpabilizados, con patologías que no existirían de haber un estado del bienestar sólido. Todo esto lo explican mejor que yo Edgar Cabanas y Eva Illouz en Happycracia.

Es mucho más fácil tomarse una pastilla que investigar los causantes socio-económicos de ese malestar e intentar erradicarlos precisamente cuando se está más débil. Por supuesto que desmoviliza las luchas colectivas, es más, las anula.

¿Puede la literatura ser un instrumento efectivo para la politización del malestar?

Puede ser un instrumento magnífico, igual que pueden serlo otros relatos, otras ficciones que continuamente nos alimentan, como el cine, las series, la música. Pero quiero dejar claro que esa politización del malestar no sólo se produce en textos claramente políticos, o panfletarios, sino que la literatura es un vehículo que nos transporta a las vidas de diferentes personas y ese ponernos en la piel de otros contribuye a fortalecer la madurez de la que hablábamos, que nos pensemos como colectivo y no como entes solitarios en plena lucha por la supervivencia.

Leer nos hace mejores personas, eso es lo más político del mundo.

Tendremos más probabilidad de empatizar con el pueblo bieloruso si antes hemos leído las crónicas de Alexiévich, o con la experiencia del racismo americano si conocemos la obra de James Baldwin. Es más, esas lecturas pueden alimentar nuestra defensa de las energías renovables o de la regulación masiva de inmigrantes. Leer nos hace mejores personas, eso es lo más político del mundo.

Año 9. Crónicas catastróficas en la era Trump (Ril), es tu nuevo libro. ¿Qué te gustaría contarnos de él?

Me gustaría contar que es un libro que aglutina lo mejor de mi escritura –un trabajo exhaustivo con el lenguaje, fruto de mi entrenamiento poético, unido a mi faceta como periodista– y el conocimiento acumulado que desmonta todos los tópicos, las versiones Hollywoodienses, los estereotipos sobre Estados Unidos.

Por supuesto, hay muchos libros escritos por españoles sobre este país, pero suelen quedarse en las primeras impresiones, en la experiencia turística o el alejamiento que provoca moverse exclusivamente en círculos hispanohablantes, que yo abandoné hace tiempo. Llevo una vida muy americana y me relaciono con gentes de múltiples razas, orígenes socio-ecónomicos… estudio a fondo sus problemas, que son los míos. Creo que esa perspectiva tan abarcadora puede enriquecer a muchos lectores.

¿Nos cambiará en algo el COVID19?

Es curioso, porque este virus le ha abierto los ojos a mucha gente sobre lo verdaderamente importante de nuestra existencia, aquello que nos hace humanos: tomarnos unas cañas con nuestros amigos, disfrutar de una comida familiar, homenajear a nuestros muertos, ritualizarlos. Ha creado un duelo por todo lo perdido que yo comparo con el duelo migratorio: mis amigos y mi familia están ausentes, el exilio me impidió asistir al entierro de mi abuelo, una de las personas que más he querido. A otro nivel, el virus nos ha obligado a vivir sin consumir masivamente y nos ha devuelto la otra cara de un planeta ligeramente más limpio. Por ejemplo, en China el número de muertos por el COVID19 ha sido menor que el que habría provocado la contaminación si hubiese seguido el ritmo de producción habitual.

La “excepción” de esta crisis servirá para instaurar una normalidad más precaria. Debemos estar alerta.

A nivel individual, creo que estas enseñanzas perdurarán, pero hace falta convertirlas en acciones colectivas porque, como estamos viendo, la pandemia también ha incrementado la desigualdad social y toda crisis se utiliza siempre para empobrecernos. A mí me han congelado el sueldo y me exigen trabajar más horas, tengo amigos que se han quedado en el paro y, en general, la “excepción” de esta crisis servirá para instaurar una normalidad más precaria. Debemos estar alerta.

Nuestro clásico: recomiéndanos 3 libros, 3 películas y 3 canciones.

Canciones: Norma y paraíso de los negros, de Enrique Morente y Lagartija Nick, poema de Lorca en Poeta en Nueva York; In your room, de Depeche Mode; À margem, de Madredeus.

Libros (esta selección me cuesta más): Memoria de la Melancolía, de María Teresa León; El proceso, de Kafka; El tambor de hojalata, de Günter Grass.

Películas: Persona, de Igmar Bergman; Shoah, de Claude Lanzmann; Stalker, de Tarkovsky.